Tuiteé ayer que, atendiendo la recomendación de un gran santo de la Iglesia católica, si no puedes hablar bien de alguien, cállate, y continúe diciendo que, en efecto, me callaría. Es por ello que, al menos en mi intención, estas líneas no se presentan como una crítica a nadie, si bien sí quieren defender el derecho a pensar que lo que algunos están haciendo y diciendo es un mal en sí mismo que, lo que es peor, puede traer males mucho mayores en muchas personas, esto es, en muchas almas.
Ayer leí que el obispo de Solsona ha dicho públicamente que el domingo próximo votará en el referendum ilegal que han convocado las ex-autoridades catalanas. Anteayer la Conferencia Episcopal emitió un comunicado conjunto y aprobado unánimemente en el que apostaba, al mismo tiempo, por el respeto a la legalidad y al derecho de los "pueblos de España". Hoy escucho en la radio que en una iglesia de, creo, un barrio bien de Barcelona, el altar está presidido por una estelada. Estos son hechos, no opiniones, y por tanto no pueden ofender a nadie.
Los cristianos y, en concreto, los católicos, llamamos a Cristo Rey porque lo es. Pero el mismo Jesús, a las puertas de la muerte, con golpes en el rostro, salivazos por doquier y el pueblo "fiel" en contra, le dijo a Pilatos que su Reino no era de este mundo, y que si fuera de este mundo le bastaría con mandar venir a legiones de ángeles que le salvarían de tamaña muerte infame. Es más, días antes, al entrar en Jerusalén aclamado por los mismos que ahora le deseaban la cruz, entró sentado en un burro y no en caballos o elefantes, vestido con su túnica y no con ropajes excelsos, y escoltado por pobres pescadores ignorantes y no por soldados egregios. Ya antes, en los años que se manifestó públicamente, tuvo que sortear las trampas que los publicanos y fariseos le tendían como aquélla en la que le dijeron si habían de pagarse los tributos al emperador de Roma o no. Todo el mundo conoce la sencilla y contundente respuesta de Jesús: "Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César." Y es que Cristo decepcionó, sobre todo, a aquellos que esperaban ver en él al "libertador", al mesías en minúscula que les salvara de la opresión del pueblo romano invasor y les hiciera libres, autónomos e independientes de cualquier poder terrenal que no fuera el emanado de sus costumbres ancestrales, nacidas en la fuente de Siquem.
Sin embargo, Jesús no era eso que muchos deseaban. Y no sólo no lo era sino que expresamente lo negaba. "¿Quién decís vosotros que Soy Yo?" le preguntó a sus apóstoles. "Tú eres el Hijo de Dios", saltó San Pedro, quien más allá de engarzar anzuelos y remedar redes, no era capaz de hilvanar dos ideas, siquiera, de mediana complejidad. "Esto te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos", le contestó Jesús, afirmando, de nuevo y solemnemente, que no buscaran en Él a ningún líder popular, sino que miraran a lo Alto y le buscaran en sus almas. Por no ser eso, un líder, un libertador, muchos en su tiempo le volvieron la espalda y clamaron ante el litóstroto aquello de "suelta a Barrabás".
Ahora Jesús no está. Bueno, no se me malinterprete: sí está, claro que está, no sólo en la soledad del sagrario de cualquier iglesia, sino en derredor de cualquiera de nosotros, dispuesto a cogernos de la mano y hacernos más liviana y fácil esta vida dura e ingrata que tantas veces tenemos que transitar. Pero, en todo caso, no está en carne palpable, donde meter la mano, cual Santo Tomás redivivo, en sus llagas lacerantes. En su lugar, y porque Él lo dispuso así, tenemos papas y obispos, sus representantes en la Tierra, otros Cristos andantes, "el dulce Cristo en la Tierra" cual llamaría Santa Catalina de Siena al Papa, fuera el que fuera. Y estos representantes de Jesús son, han de ser, han sido, serán, alter Christus, ipse Christus, y, por tanto, pastores que sólo busquen cómo orientar a su rebaño hacia el aprisco celestial, conscientes de que tampoco son líderes de masas, ni libertadores de pueblos oprimidos por poderes extraños. De hecho, no creo que sea inadecuado decir que si aquél que representa a Cristo se irrogara la condición de líder popular o libertador estaría ascendiendo las nudosas ramas del árbol de la ciencia del bien y del mal, en pro de la manzana del oprobio y la condenación.
Este Buen Pastor que es Jesús acoge a todos por igual, porque no ve en ellos distinción alguna ya que cuando mira a sus ovejas no ve la claridad y el color de sus ojos, sino que penetra hasta lo más recóndito de sus almas y lo que ve es lo que ve en todas: deseos, miseria, miedos, buenas intenciones, cobardía... Este Buen Pastor que es Jesús convirtió la vida de una buena mujer samaritana mientras hablaba con ella alrededor de un pozo de agua fresca, cuando un judío y una samaritana era un fresco imposible de pintar en aquella época. A Jesús eso le daba igual: era una oveja de su redil, sin apellidos, sin genealogía. Jesús no dividía porque entre las almas no existe división: todas están hechas del mismo material.
¿Hay algo de subjetivismo en los párrafos anteriores, vistos desde la perspectiva de lo que el Antiguo y Nuevo Testamento, y el catecismo de la Iglesia católica nos enseñan? Creo que se puede decir sin temor a errar que no existe subjetivismo alguno, sino que todo es ortodoxo y cierto. Pues bien, si ello es así, ¿es el obispo de Solsona alter Christus, ipse Christus? ¿Es la Conferencia Episcopal, con la nota emitida anteayer, un ejemplo de representación auténtica de Jesús, Rey de otro mundo eterno y majestuoso? Si tuviéramos que ponernos en la piel de un católico catalán no independentista, ¿cómo habría de secundar las indicaciones de su obispo, sobre todo si es el de Solsona, llamando a la comprensión, al respeto por los demás, si ve cómo su pastor hace ostentación de incumplir la norma básica de convivencia jurídica y legal, sin importarle enfrentar una parte de su rebaño con la otra? Más parece que el obispo de Solsona, y los demás que quieran emularle, lo que pretenden es ser "líderes populares", "libertadores" de su pueblo, oprimido durante siglos por el poder invasor de un estado español iracundo, analfabeto y brutal, que denigra y maltrata sin piedad. Más parece que quieren darle a Dios lo que es del César, y al César lo que es de Dios.
No se puede ser equidistante siempre y en todo lugar. Y la Iglesia menos que nadie. La diplomacia vaticana no puede siempre entenderse por el lado malo de la cobardía y el interés, porque no es eso, aunque tantas veces lo parezca. Hace treinta y nueve años un 87% del pueblo catalán votó "su" Constitución, esto es, "nuestra" Constitución, la española. ¡Un 87%! Y la votaron con la, se supone, firme resolución de respetarla y hacerla valer porque no era sino el instrumento supremo de convivencia entre personas, territorios, culturas, distintas y a la vez semejantes por nacer de un mismo origen ancestral, tan ancestral que convierte a España en la nación más antigua de occidente. Y en esa norma que votaron los catalanes hace ya tantos años se contempla el procedimiento para, si fuera el caso, reformarla, porque como norma dada por los hombres claro que puede ser corregida, mejorada, pero siempre desde el respeto a la misma norma que prevé como ser cambiada y a la aceptación mayoritaria de aquellos para quien ha sido creada, mayoría que, simplemente con el sentido común en la mano, no puede ser del cincuenta y uno por ciento, sino que ha de ser lo suficientemente sólida como para que pueda decirse que todo un pueblo acepta su modificación. Contravenir esto, prescindir de la norma aceptada, crear una legalidad ilegal paralela, es, además de un flagrante delito que ha de tener consecuencias penales, una forma de escupir por enésima vez al Cristo lacerante, Rey de otro mundo, diciéndole que, por no ser nuestro libertador, merece lo que le pasa, sobre todo si esa ilegalidad la comete quien ha entregado su vida, se supone, a unir al rebaño que Jesús confió y no a dividirlo.
No se puede servir a dos señores. No se puede estar con la legalidad y con la ilegalidad. No se puede defender un derecho inexistente de los pueblos de España y pretender que se respete el estado de Derecho. No se puede proteger a las ovejas que atienden mi silbo y despeñar o dejar fuera del aprisco a las que no entienden el silbo. Menos mal que Jesús sigue a nuestro alrededor, aunque no lo veamos, y no permitirá que su Iglesia caiga ni se deje arrastrar por aquellos que hubieran querido vestirse con ropajes excelsos, púrpuras, damascos, esmeraldas y, montados en caballos lipizanos, al son de trompetas y rodeados de ejércitos, entrar en Jerusalén para conquistar la salvación de un pueblo y no la Salvación de las gentes. Dios nos asista.