Hoy no quiero escribir un cuento. Un cuento es algo divertido, un camino diseñado para que los niños aprendan, para que ensanchen su imaginación y descubran esa otra vida que, más allá de los sentidos, les dibuja sueños maravillosos donde ellos son los héroes. Ojalá todo esto fuera un cuento. Macabro, pero cuento. Hay niños a los que no les gusta ser héroes.
Nunca me ha gustado pescar. Me resulta aburrido. No soy ecologista ni me siento mal cuando un animal muere si es para alimentar al ser humano. Adoro los animales pero no los encumbro a la cúspide de la estructura social. Y los peces son deliciosos cuando están al horno, envueltos en patatas, con salsa al limón. Pero ahora… no sé ahora cómo me sabrá un pescaíto frito cuando lo meta en la boca. ¿Será como matar a Gabriel?
No. Gabriel ya ha muerto. Muerto. Seis letras. Seis putas letras que al comienzo del Génesis se combinaron para formar la palabra maldita. Pero… ¿nos resulta maldita a todos los humanos? No. A algunos hasta les resulta familiar. Hay personas, culturas, civilizaciones enteras que no mueven un músculo cuando la pronuncian. A ésa y a sus parientes cercanas. “Ha muerto”; “lo maté”; “la muerte llega cuando menos te lo esperas”; “tú hazlo, y morirás”. ¿Por qué hay gente así? ¿Por qué, Dios, has creado gente así?
Dios. ¿Qué Dios? Dios. Solo ha de haber un Dios. ¿Dos dioses? Ya no son Dios. Lo entendí en COU. No hablo ni del cristiano, ni del islámico, ni del de ninguna otra religión. Hablo de Dios. Dios. ¿Por qué has creado gente así? Gente que mata sin sentido. Gente que no siente nada ante la muerte. Gente que puede haber matado y al rato llorar con el padre de la víctima. Gente que duerme, acaricia, besa al padre de un niño de apenas ocho años muerto por esa gente. ¿Por qué Dios? ¿Es que acaso, Tú que lo ves todo, no podías haber dejado de pensar en esa gente antes de que matara? Es fácil. Dejas de pensar en ella y ya no existe, ya no mata, ya no hay lágrimas, ya no hay sufrimiento… y Gabriel sigue jugando con sus amigos. Así de sencillo. ¿Por qué no lo has hecho?
Ahora sí hablo de mi Dios. Y Él conmigo. Me dice… que, ¿por qué? Porque os di la libertad. Sí. La libertad. Todo mi poder se para frente a esa palabra. Ocho letras que también se combinaron cuando surgió “muerte”. Habéis muerto y matado por la libertad. Muerto y matado. ¿Tanto os gusta esa palabra? Parece que sí. Todos quieren ser libres. Libres para el bien y libres para el mal. Está bien ser libres para el bien, ¿verdad? Pero para el mal… ahí me necesitáis, ¿no? Entonces, ¿me dejáis a mí que decida cuándo habéis de ser libres? ¿Libertad? ¿Eso será libertad? Me odiaríais. Y lo sabéis. Si sois libres, sois libres para todo, para lo bueno y para lo malo. Y ni os imagináis todo lo que hago para minimizar los efectos de vuestra libertad. Pero no siempre puedo… ni debo. Hoy no. Pero… pero Gabriel está aquí, a mi lado, jugando. Es feliz. Sé que no os consuela. O quizá sí, un poco. Pero es la verdad. Está aquí, a mi lado, jugando, riendo, dispuesto a seguir siendo feliz el resto de la eternidad. Nueve letras. Eternidad. Ésta ya estaba creada antes de que os creara a vosotros.
Hoy he dibujado en mi alma un pescaíto. Ocho letras. Pescaíto. Va a venirse conmigo durante muchos días. Nadará entre las aguas de mi mente y hablaré con él. Jugaré con él. Y llegará un día en que le dejaré ir aguas adentro, a alta mar, cuando mis heridas curen y ya no le necesite. Porque ahora es él, “pescaíto”, Gabriel, el que nos ha de ayudar desde el cielo, entre juego y juego, entre risa y risa, entre caricia y caricia de Dios, a seguir viviendo.