viernes, 17 de agosto de 2018

Cristianos de mierda


¿Tenemos derecho a quejarnos los cristianos, los católicos, de España, de Occidente? ¡Ir a misa un domingo! ¡¡Y lloviendo!! ¡Qué coñazo! Esto es frecuente, ¿verdad? O cuando decimos aquello de que vaya jodienda que es no comer carne los viernes de Cuaresma. Y no te digo nada cuando se trata de no tocarle las tetas a tu novia sin estar casados: ¡qué mierda de religión es ésta!
Pero también pasa con los más “finos”. Hacer la oración a las 7.45 de la mañana. ¡Joder! ¿Tan pronto? Y, ¿cuánto tiempo? ¡¡Media hora!! ¡Hala! Pero, ¿tú estás bien? “Yo rezo... a mi manera” “Fíjate lo que quiero yo a Jesús que salto la reja de la Virgen del Rocío todos los años el primero” ¡Qué bien! Y... ¿cuánto hace que no te confiesas? “¡Pero si eso ya no se lleva! Tú eres del Concilio de Trento, chaval. ¡Qué antiguo!”
¡Vaya unos cristianos de mierda que estamos hechos!
Nos quejamos por todo. A Jesús le queremos si hace exactamente lo que nosotros queremos. Si no es un puto dictador que juega con los hombres y nos tiene condenados al sufrimiento y a la muerte. “¿Dónde coño estabas, Jesús, cuando se calló el puente en Génova? ¡Eh! ¿Dónde coño estabas?” Sin embargo, ante una curación de un enfermo, o ante un avión que se estrella y no muere nadie o menos de los que podían morir, o ante el trabajo que después de meses y meses de paro hemos conseguido, ante todo esto decimos que ¡qué suerte hemos tenido!, o que la ciencia avanza que es una barbaridad, o que menos mal que el nuevo gobierno está haciendo las cosas bien. Jesús, colega, o aciertas siempre y haces lo que te decimos, o ya te estás pirando por cabrón.
Sí, ya sé que estoy exagerando un poco. ¿O no? Sí, también sé que hay mucha gente buena y santa por el mundo, que quiere a Dios con todas sus fuerzas y toda su alma. Y que procura luchar por ser en la Tierra otro Cristo, el mismo Cristo. Lo sé. Pero... ¿no es cierto que, incluso estos, muchas veces, son aquéllos?
Repito: ¡vaya una mierda de cristianos que somos!
Es entonces cuando cae en nuestras manos libros como “El precio a pagar”, de Joseph Fadelle, y te puedes mirar en él como en un espejo y darte cuenta de que, en efecto, somos unos cristianos de mierda. ¿Sabes tú, el que lee esto, que hoy, ahora mismo, en este instante que acabas de leer “instante”, hay cientos de cristianos en Iraq, Siria, etc., que se están jugando literalmente la vida por defender su fe, por defender su derecho a ir a misa, por poder rezarle a Jesús? ¿Y sabes, además, que ahora mismo se está dictando una sentencia de muerte contra ese cristiano de Iraq que ha osado predicar a un amigo la dicha de conocer a Cristo? ¡Porque en esos países está prohibido hacer apostolado, proselitismo! (aunque ya casi también aquí en España; pronuncias “proselitismo” y eres poco menos que un totalitario facha asqueroso machista y xenófobo).
Joseph Fadelle sabe bien de qué va esto. Tuvo “la mala suerte” de que Jesús se prendara de él y le diera la fe, y de que correspondiera a ese amor. ¡Se enamoró hasta las trancas de Jesús! ¡¡Qué animal!! Pero, ¡¿cómo pudo hacer semejante barbaridad?! Claro, uno lee eso de “perdonar al enemigo” y se vuelve un loco radical que necesita medicación. Pues eso es lo que le pasó a Fadelle.
Mohamed, que así se llamaba Fadelle en Iraq, era hijo primogénito de una de las familias chiítas más influyentes de Iraq. Lo tenía todo: poder, dinero, influencia... Profesaba, sin ser un extremista, la religión islámica, y vivía en consecuencia. Pero... conoció el Evangelio y a un tal Jesús que, como he dicho, le arrebató el corazón. ¡Qué putada! Enamorado de Jesucristo ¡en Iraq! Aquello le sucedió en 1987 y, desde entonces, su vida se transformó como ni el mejor guionista de Hollywood hubiera podido imaginar. En apenas 207 páginas pasan ante nuestros ojos 14 años de la vida de Joseph Fadelle, su mujer y sus hijos, y la de tantos otros cristianos que viven en Iraq, Jordania, Siria... y que son auténticos mártires con los que sólo compararnos nos debería hacer replantearnos si realmente somos o no cristianos como ellos, o una panda de cobardes egoístas que quieren a Jesús cuando van bien dadas y ya le están dando cuando la cosa se tuerce.
No haré spoiler del libro, pero sí avanzaré que Fadelle sufre durante todo ese tiempo una terrible y vil tortura, día a día, en la que sólo se sostiene por el profundo amor que tiene a Jesucristo y que Éste tiene por Joseph. Y todo, ¡sin llegar a estar siquiera bautizado, cosa que tarda en ocurrir años! ¿Por qué? Porque, y es algo que también muestra el libro con suma claridad, la comunidad cristiana, harta de traidores y de infiltrados, llega a comportarse con un temor y cerrazón lógicos pero que sorprenden mucho si lo comparamos con la valentía que mostró Cristo camino del Calvario. Pero, ¡qué coño!, no podemos ir pidiendo mártires por ahí como el que da lecciones de matemáticas. Allí la gente, por ayudar a un converso, se juega su vida, la de su familia y la de toda la parroquia a la que pertenece. ¡¡La vida!! Atrévete tú si tienes güevos... y amor suficiente por Dios.
“El precio a pagar” es una estupenda experiencia interior para remover el alma sin abandonar el confort del sillón de tu salón. Ojalá tras leerlo cierres un segundo los ojos y te preguntes: “¿de verdad que soy cristiano?”. Eso ya sería mucho: constituiría el inicio de una conversión segura.

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