Reflexiones, propias y ajenas, sobre el mundo que nos engloba, siempre desde una mente jurídica
martes, 17 de enero de 2017
"Patria", de Fernando Aramburu
Recuerdo el atentado de ETA en el Puente de Vallecas. Debía correr el año 94 o 95. Yo todos los días venía por la M-30 dirección Sur, pasaba por debajo del puente que da el nombre a la zona vallecana y, cruzando la Avenida de la Albufera me metía por un desvío hacia la Avenida de Peña Prieta. Y todos los días hacía este camino alrededor de las tres de la tarde. Ese día también. Cuando pasé por debajo del puente vi follón, lío, gente, humo, desconcierto. Atasco. ¿Qué ha pasado? Cambié el dial de la radio... pero no hizo falta escuchar. Lo vi. Ambulancias, policía, nerviosismo, desvíos del tráfico... Un coche bomba había estallado justo en el desvío a la Avenida de Peña Prieta unos minutos antes, matando e hiriendo a mucha, demasiada gente. El detalle lo pude examinar por televisión cuando poco después llegué a casa. Quién sabe. Si ese día hubiera salido de trabajar una rato antes, si hubiera tenido alguna actuación en el Juzgado que me hubiera permitido llegar antes a casa... entonces, quién sabe... desde luego yo pasaba por ahí todos los días.
Eso es ETA. No era ETA. Es ETA: sangre, muertos, mutilados, viudas, viudos, huérfanos, destrozos, aniquilamiento, exterminio, refugiados...
Pero ETA no es sólo el dedo que aprieta el gatillo; el encapuchado que declama una reivindicación; el esforzado que monta una bomba en los bajos de un coche; el que se encarga de dar de comer a los comandos. ETA también es el que espía y chiva; el que odia a la víctima; el que ve muertos españoles en su imaginación porque desea verlos muertos a todos; el que arenga; el que pinta en las fachadas de las casas; el que confiesa los pecados de unos y carga las conciencias de otros.
¿Y la mochila de ETA? ¿Qué contiene? No la de la metralla, la tornillería, los clavos, las bolas de rodadura. No. La otra mochila, la de las víctimas. Pues en esa mochila está el Txato, está Bitori, está Xabier, está Nerea. Al Txato lo mataron, Bitori lo llora y Xabier y Nerea, hijos jóvenes, tratan de vivir con su recuerdo pero sin que les afecte, olvidándolo. Pero también está Joxian, padre de asesino; está Gorka, hermano de asesino; está Arantxa, hermana de asesino; y está Miren, madre de asesino. Los tres primeros, Joxian, Gorka y Arantxa, sufridores por el sufrimiento que produce su hijo/hermano, opositores a la barbarie, incomprensibles con lo absurdo, lloradores de un hijo/hermano en la cárcel que merece lo que tiene pero que de niño era una ricura. Y, decía, está también Miren. Miren es otro cantar. Antes madre, ahora madre abertzale. Peor que el asesino de su hijo. No perdona, quiere guerra, y se pudre por dentro triste, odiadora de todo lo que no sea la lucha por la que su hijo también se pudre en presidio. Todo esto está en la mochila de ETA.
Estos personajes, de ficción y no ficción, de los que, seguro, te encuentras tomando cualquier pintxo en cualquier pueblo de Guipúzcoa, deambulan por las calles y pueblos de Euskadi, del País Vasco, durante los años duros de la sangre y durante los años no menos duros de ver a quién se pone la medalla de la victoria, a lo largo de las 542 páginas de la novela de Fernando Aramburu, "Patria"; y con su deambular vemos sus miserias, sus virtudes, sus dudas, sus amores, sus desamores, sus sufrimientos, sus alegrías, su miedo, su valentía, su cobardía. Y vemos sus deseos de pedir perdón o sus deseos de no pedirlo o sus deseos de que se lo pidan o sus deseos de querer pedirlo y no poder. Y vemos también a otras víctimas y verdugos: al cura, cobarde vara que mueve el árbol del que caen las nueces; a la Guardia Civil, que muere y se venga en los interrogatorios, en el desprecio a los asesinos y a sus familias; a los esposos y amantes que se despegan de las víctimas porque no pueden soportar el hedor del sufrimiento que arrastran.
La novela es un dechado de técnica estructural. Vamos y venimos desde el ayer al hoy, para volver atrás y regresar adelante. Las historias de cada personaje se entretejen como un tapiz complejo, enebrando aquí un suceso, allá una circunstancia, acullá un porqué... La historia fluye y se construye haciendo comprender al lector qué realidad es la que ha circundado -y circunda- a los personales en la Euskadi, en el País Vasco, regentado por ETA y sus animadores. Tiene Aramburu claro quién es víctima y quién verdugo, pero no deja que su pluma haga el trabajo fácil y nos identifique maniqueamente el nombre de cada cuál. Nos ofrece realidades, también las que hacen llorar y sufrir a una madre que tiene que cruzar toda la península para ver cómo su hijo querido muere cada día en una cárcel gaditana. No las compara con la de la esposa que habla con su marido sentada en su tumba, pero las muestra, nos las entrega, para que comprendamos hasta qué punto ETA ha sido, es, una plaga exterminadora, un diluvio de quimioterapia que ha arrasado con todo, con la mies y con la cizaña.
Y el lenguaje está al servicio de la estructura. Rápido, ágil, práctico pero no por ello menos culto y preciso. Siempre está la palabra correcta en el momento adecuado para destacar, subrayar, hacer emerger, un dato, un sentimiento, una duda. Concede algo de morbo a los amoríos de Nerea y de Gorka con sus quehaceres sexuales, sin que parezca que se acoplan demasiado al resto, pero a modo de pequeños apuntes pasajeros. ¿Quizá extensa? Es que cuarenta años de muerte y sufrimiento no se pueden contar en pocas páginas; además, la empatía con los personajes necesita de la oportuna cocción que sólo da el tiempo, tiempo que el autor maneja con ritmo, sin fisuras, con capítulos breves que enriquecen lo que conocías del capítulo anterior y te hacen ansiar lo que leerás en el siguiente.
Desde mi punto de vista "Patria" es una gran novela, de las de antes, de las de siempre, de las que se recuerdan después de muchos años, de las que se recomiendan, de las que puede leer todo el mundo: una víctima, seguro, pero también un arrepentido o un por arrepentir, siempre que tenga un mínimo de honradez interior. "Patria" es un mapa donde comprobar cómo el nacionalismo puede arrasar, no ya una época, no ya un tiempo, no ya una tierra, sino a cada alma, a cada persona que allí habite. Desde luego que esta novela no cerrará heridas, pero tanto a los que lo vivimos, como a los que, jóvenes, ya no lo viven igual, les servirá para saber lo que fue y lo que sigue siendo, sirviendo como instrumento para disponer la mente a decidir si hay derecho o no a exigir vencedores y vencidos.
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Muy buena la crítica. En cuanto pueda me acercaré a esa novela. La realidad siempre es compleja y polifacética. Encajar todo el universo etarra es algo que debemos hacer los españoles
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