Vaya por delante que ni soy de la asociación Hazte Oír, ni sabía que existía hasta que ha explotado esta polémica, ni participo de muchos de sus planteamientos y formas, ni comparto con tanta -dese mi punto de vista- simpleza lo que proclama el autobús. Y matizo lo de con tanta simpleza porque no es fácil discrepar de que al niño le cuelga lo que le cuelga y la niña tiene lo que tiene, pero sí del hecho de que al niño o a la niña le bulla por dentro y entre sus sentimientos identidades dispares con su anatomía. No entraré en estas líneas a debatir sobre esta cuestión (para otra vez será), pero sí he de dejar asentado que a mí lo que me importan son las personas, cada una, siempre que sean honradas consigo mismas y no hagan de todo esto un show o una plataforma de reivindicación. Decía el Papa Francisco hace no tanto que quién era él para juzgar a un homosexual. Pues bien, ¿quiénes somos nosotros para juzgar lo que una persona puede sentir o cómo puede sentirse? Doctores tiene la Iglesia, desde luego, pero el drama interior de una persona que se ve distinta a lo que su cuerpo demuestra es cuestión seria a la que, independientemente de la opinión de cada uno, hay que llegar con respeto máximo.
Dicho lo dicho, lo que sí me parece mollar en la que se ha organizado, es el lío que me han montado con el parchís. Y es que, según deduzco de lo que está pasando, no podré volver a jugar al parchís. A mí me enseñaron que cuando comes una ficha cuentas veinte y que si metes ficha en la meta final cuentas diez. Pero esto, a partir de ahora, lo mismo no es así porque dependerá de con quién juegue o a quién le pida que haga de árbitro de la contienda parchisística que quiera afrontar.¿Por qué vamos a contar veinte al comer? ¿Y si contamos diez al comer y veinte al llegar? O mejor aún, ¿por qué no contamos diez al comer a partir de mitad de partida, cuando al que vaya perdiendo le interese? O mejor aún todavía, ¿por qué no cuento lo que me dé la gana cuando me dé la gana? ¡Qué lío! ¡Qué desgracia como alguien no lo arregle!
La democracia es (aquí viene lo bueno: cada uno se puede permitir el lujo de definir la democracia como le salga del bolo), sobre todo, reglas. Siendo más puristas, estado de derecho. ¿Por qué no puede haber democracia en, qué se yo, Yemen? Porque no hay estado de derecho. O, por mejor decir, porque el estado de derecho que hay es el que mejor le conviene al líder supremo en cada momento. Eso sí, la democracia son reglas asentadas de antemano y que no se van a alterar en mitad del partido en función de a quién le convenga. Esto hace que, lógicamente, si dos personas llevan a cabo actos iguales o muy similares, hayan de responder por ellos de forma igual o similar. Como parece evidente, tautológico, me niego a seguir añadiendo frases reiterativas que refuercen lo que se ve de forma clara y nítida.
Ante esta declaración de principios, reflejo de uno de los pilares de la institución democrática, veamos los hechos. Por un lado, véase el camión naranja en cuestión al que antes me he referido. Por otro lado, recordemos una campaña publicitaria que no hace tanto adornó numerosas marquesinas de autobús en el País Vasco y que decía: "Hay niñas con pene y niños con vulva." ¿Qué reflejan ambas situaciones, más allá del contenido? Una determinada idea: en un caso, asentada en principios tradicionales antropológicos; en otro caso, en una nueva concepción de la antropología humana desligada de lo biológico. En cualquier caso, ideas, ambas, respetables per se, aunque puedan ser contradichas, discutidas e, incluso, combatidas en buena lid. ¿En qué se diferencian ambas situaciones? En que el camión naranja ha sido detenido por las autoridades públicas y la campaña tildada de retrógrada y ofensiva a los sentimientos de la minoría transexual, mientras que la campaña de las marquesinas fue amparada y jaleada por todas las autoridades públicas y, salvo alguna reacción concreta con pintadas, absolutamente respetada por todos. ¿Es esto aplicar las reglas del juego, ante situaciones iguales o muy similares, de la misma forma? ¿Es esto democracia?
Pero demos un paso más allá. Comparemos ahora la campaña del camión naranja con la "performance" que estos días atrás ha llevado a cabo una determinada persona drag queen (no sé si transexual o no) en los carnavales canarios (de hecho ha sido coronada la reina o el rey de la fiesta), en la que, ataviado como su condición sexual debe exigir (¿?) se crucificaba cual Cristo redivivo después de que, como Beyoncé caduca, se echara unos bailes vestida/o de la Virgen de Triana o de la Macarena. Se acusa a los promotores de la campaña del niño con pene y la niña con vulva que ofende los sentimientos y la dignidad del colectivo transexual, llegando, incluso, a decir que puede ser constitutiva de delito. Y la "performance" del drag queen canario, jaleada por el colectivo transexual (quiero pensar que habrá muchos dentro del mismo que no lo hayan visto con buenos ojos; pero lo cierto es que no se han significado), ¿acaso no ofende el sentimiento religioso de muchos que nos sentimos cristianos y que, no ya respetamos y veneramos, sino que amamos a quien murió de verdad en la Cruz y a su Madre, y que nunca se nos ocurriría utilizarlos, siquiera pensando bien, como instrumento de reivindicación, menos aún como motivo de crítica, burla, escarnio, mofa, etc.? ¿Se han aplicado las mismas reglas a ambas situaciones? Desde luego que no, al menos hasta este momento en el que, además, el alcalde de la localidad canaria donde se celebró el evento le ha pedido tolerancia a la jerarquía eclesiástica y a la comunidad católica porque han osado pedir a las autoridades que condenen la representación.
Esto no es democracia. O todos moros, o todos cristianos. Las reglas del juego se aplican siempre para todos o nunca para nadie, pero no se aplican para unos y no para otros ante situaciones iguales o similares. Esto es madurocracia, castrocracia, pinochecracia o -estamos por verlo- trumpicracia.
Pero lo que más incinera mis vísceras es oír cómo los políticos presumen de saltarse la democracia a la torera condenando a unos y levantando el dedo de gracia para otros. Y los peores en estas lides no son, precisamente, los que son coherentes con sus ideas: ¿qué va a hacer el Ayuntamiento de Madrid de Carmena sino detener el autobús naranja y permitir que dentro de poco, en la fiesta del orgullo gay, salgan a la calle sujetos/as vestidos de obispos, curas, monjas, ligados todos ellos con falos enormes repletos de leche merengada? Los peores, los tibios que serán vomitados de todas las bocas que vomiten los peores jugos gástricos intestinales, son los que no creen en nada y pretenden contentar a todos para ganar unos pocos votos que, para más inri, nunca les llegarán para nada. ¡Ay Cristina Cifuentes, escandalizada por la campaña de Hazte Oír, que callas silbando a poniente ante el drag queen crucificado, ante el aborto provocado o ante la monja clavada al falo del obispo en la cabalgata arcoiris! ¡Ay Delegación del Gobierno pepera de Madrid que mandas tus esbirros a denunciar al promotor de la campaña del camión naranja mientras no mueves un músculo ante otros tantos atropellos a la dignidad de los cristianos!
Yo quiero seguir jugando al parchís sabiendo que cuando como cuento veinte. ¡Que no me quiten esto, por favor, es lo último que me queda! Y si para ello hay que acabar con tanto falsario/a politicastro/a, acabemos a urnazo limpio las veces que sean necesarias. Respeto por cada persona transexual honrada consigo misma y con los demás. Respeto por la libertad de defender las ideas de cada cual. Pero desprecio profundo, absoluto, radical e imperdonable a quienes se rasgan las vestiduras cuando se trata de remar a favor del viento y ponen piedras de molino en el cuello de quienes no significan nada para ellos, alterando las reglas del juego o aplicándolas como les sale del papo, alias chichi, alias vulva, alias pepote, alias...
Pero el fallo está en creer que esto es un Estado de derecho...donde se aplica igual la ley a pujoles y noos que a robagallinas.
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