- Eric, ¿qué haces?.
- Nada mamá. Estoy aquí en el río.
- Vale. Ten cuidado y sube pronto. Vamos a comer.
No le he dicho que estoy escribiendo. Nadie lo sabe. Desde que vino aquel hombre y nos repartió lápices de colores y papel y libros, no he parado de escribir. De algo me ha servido ir a la escuela. Mis ocho hermanos no han tenido esa suerte. Porque suerte fue. Mis padres tuvieron que elegir a uno de nosotros para ir al colegio y me tocó a mí. Aunque tampoco fue tanta suerte, que para ir a clase tuve que hacer todos los días diez kilómetros andando. Y los días de sol, vaya, pero los de lluvia y viento la selva se pone imposible.
- Hola, Eric. ¿Te puedo ayudar?
- No. Ya he terminado. Ahora estoy escribiendo.
- ¿Escribiendo? ¿Y lo sabe mamá?
- No. Y será mejor que no le digas nada.
- Vale.
Yasine es mi hermana mayor. Tiene sólo un año menos que yo pero es tan alta que ya parece una mujer. La quiero muchísimo. Todos estos años, con mi enfermedad y todo eso, me ha cuidado casi más que mi madre. ¡Anda que no se ha levantado noches para limpiarme! Y todos los días, no pasa ni uno, se acerca al río a esta misma hora y me dice que si me ayuda. Por eso la he dicho que estaba escribiendo, porque a Yasine no se lo puedo ocultar.
Bueno, será mejor que termine por hoy. La verdad es que al final no he escrito nada de lo de mis tripas. Y se me ha echado el tiempo encima. Mañana lo haré. Hoy la cura no ha ido tan mal. Lo que más que molesta es cuando la bolsa de plástico es blanca, porque todo se transparenta y ver mis tripas no me gusta nada. Además, cuando las lavo con el agua del río, mojadas, se ven aún más a través de la bolsa. Algunos niños de la aldea todavía me dicen que qué asco, y mira que lo saben desde hace años.
¡Anda, pero si mañana no podré escribir! O, al menos, no sé si podré. Mañana me levantaré igual que hoy, miraré el rayo de sol entrando por el ventanuco de casa, sonreiré y esperaré a que venga el hombre aquel con la furgoneta para llevarme a Monkole. Me han dicho que es un hospital chulísimo. Además, ir hasta Kinsasha es toda una aventura. A ver si todo sale bien. Me han dicho que sí, que no habrá problemas, y que ¡por fin! podrán cerrarme el saco de los intestinos para que no se me salgan más. ¡Adiós a las bolsas de plástico! ¡Por fin podré ser un niño normal! Lo peor es que ya no vendré tan a menudo al río a lavármelos (no sé porqué el médico ese me dijo que me los lavara, si el agua del río necesitaría agua para lavarse) y no tendré tanto tiempo para escribir. Bueno, ya se me ocurrirá algo.
¡Qué feliz soy, Dios mío! Qué suerte he tenido en nacer en el Congo. Y mañana, sano ya, lo tendré todo.
Coda: la historia de Eric está basada en un hecho real de un niño de la República Democrática del Congo que tuvo la desgracia de estar años con una enfermedad que le obligaba a llevar los intestinos por fuera de la pared abdominal, al aire libre, y que no pudo curarse antes porque no tenía dinero para pagar un hospital. Ahora, felizmente, ya está curado.
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