miércoles, 1 de noviembre de 2017

Al buen Jesús

Ahmed no tuvo niñez. Al menos no tuvo la niñez que todos los niños de occidente viven. Nunca le llegó Papá Noel con regalos. Ni tuvo recreo en el colegio, porque ya ir de vez en cuando a la escuela era un regalo. Tampoco tuvo vacaciones en la playa, ni disfrutó de juegos con sus amigos los días de cumpleaños.
Ahmed vivía en Siria, cerca de Aleppo, al norte del país. En su pueblo apenas había cien personas y todas se conocían. Sin embargo, tanto Ahmed como su familia eran especiales. En realidad eran, para sus vecinos, “los raros”. Y es que la familia de Ahmed era cristiana. Aún con todo, nadie en el pueblo les rechazaba ni les excluía; si acaso, de vez en cuando, sufrían alguna broma, alguna pequeña humillación. Pero poco más.
El padre de Ahmed era pastor, o lo más parecido al pastor que conocemos en occidente. Temprano, cada día, llevaba su ganado, y el de los vecinos que se lo confiaban, a las zonas de pastos del norte, al pie de las montañas, y allí pasaba casi todo el día. Muchas veces Ahmed iba con él, aunque también otras tantas se quedaba en casa ayudando a su madre que, inválida, tenía dificultades al andar: tenía días, y los malos necesitaba la ayuda de su hijo.
A Ahmed le hubiera gustado tener un hermano, pero la vida lo impidió. Y es que su madre apenas conservó la vida cuando se la dio a su hijo. Un virus, le dijeron los médicos; una maldición, le aseguró la familia. La madre aceptó que no volvería a sentirse fértil, pero rogó “al buen Jesús” que a cambio ayudara a Ahmed a tener una vida larga y feliz.
Así iba la vida hasta que llegó el día más triste que Ahmed recordaría durante años y años. Todo fue muy rápido. Una llamada a la puerta de la casa en la madrugada. Unos gritos furibundos. Su padre que, apenas despierto, abrió con cuidado y… Ahmed solo tuvo tiempo de refugiarse bajo su camastro y desde allí vio como unos hombres armados y medio locos entraron arrollando a su padre y, golpeándolo, le hicieron caer al suelo. Su madre, cojeando y llorosa, se interponía entre todos ellos, y no paraba de recibir golpes e insultos mientras rogaba que dejaran a su marido, que no le hirieran. Pero aquellos hombres no sabían lo que significaba la palabra piedad. Ataron al padre de Ahmed y sin dejarle mirar siquiera a su mujer, se lo llevaron. Allí quedó su madre, de rodillas rezando “al buen Jesús”, pero destrozada por el dolor. Ahmed tardó en salir de su escondite, llegándose a su madre hasta fundirse con ella en un abrazo sin fin. Siempre recordaría Ahmed que no lloró. Ni una lágrima. ¡Ah!: y nunca más volvió a ver a su padre.
Han pasado muchos años desde que Ahmed dejó de ser niño. Ahora vive en Roma. Está casado, tiene tres hijos, uno de ellos ya en la universidad. Su esposa también es siria. Se conocieron cuando Ahmed apenas llegó a Italia. Seis meses tardó en hacer aquel viaje que, desde su dureza, le dio la vida. Se despidió de su madre una madrugada fría. Ambos supieron al mirarse en la oscuridad de la noche que nunca más verían sus caras. Pero su madre le despidió con una sonrisa mientras le decía: “Siempre te tendré en mi mente y nunca te faltará nada porque yo rogaré al buen Jesús para que te proteja”. Así debió ser porque pese a los muchos días de frío y hambre, las noches húmedas durmiendo en bancos de parques oscuros y solitarios, Ahmed consiguió encontrar aquel colegio de Roma donde le abrieron las puertas para que aprendiera un oficio. En el Centro Elis -así se llama- sintió, por primera vez en años, el cariño del cuidado, la seguridad de la preocupación que los profesores le demostraban, la esperanza de comenzar a vivir un futuro feliz.
Hace apenas dos días que Ahmed ha cumplido cincuenta y tres años. Mañana será un día importante para él porque será nombrado director de producción de la empresa donde trabaja. Pero hoy Ahmed está arrodillado en la capilla de San Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro dando las gracias “al buen Jesús” por la vida que le ha concedido vivir.

jueves, 26 de octubre de 2017

Un rayo de sol en mi casa de adobe

Hoy me he levantado como ayer. Y como anteayer. Lo primero que he visto por encima de los hombros de mis hermanos ha sido un pequeño rayo de sol que se colaba por el ventanuco de casa. Todos los días me fijo en él. Es una de las cosas más bonitas que he visto nunca. Cuando lo miro, en el silencio del amanecer, mientras despierto, me imagino que es un aviso del cielo para que no me olvide que el calor del sol siempre estará ahí. No sé, serán tonterías mías, pero ese rayo me da esperanza y me hace sonreír cada mañana.
- Eric, ¿qué haces?.
- Nada mamá. Estoy aquí en el río.
- Vale. Ten cuidado y sube pronto. Vamos a comer.
No le he dicho que estoy escribiendo. Nadie lo sabe. Desde que vino aquel hombre y nos repartió lápices de colores y papel y libros, no he parado de escribir. De algo me ha servido ir a la escuela. Mis ocho hermanos no han tenido esa suerte. Porque suerte fue. Mis padres tuvieron que elegir a uno de nosotros para ir al colegio y me tocó a mí. Aunque tampoco fue tanta suerte, que para ir a clase tuve que hacer todos los días diez kilómetros andando. Y los días de sol, vaya, pero los de lluvia y viento la selva se pone imposible.
- Hola, Eric. ¿Te puedo ayudar?
- No. Ya he terminado. Ahora estoy escribiendo.
- ¿Escribiendo? ¿Y lo sabe mamá?
- No. Y será mejor que no le digas nada.
- Vale.
Yasine es mi hermana mayor. Tiene sólo un año menos que yo pero es tan alta que ya parece una mujer. La quiero muchísimo. Todos estos años, con mi enfermedad y todo eso, me ha cuidado casi más que mi madre. ¡Anda que no se ha levantado noches para limpiarme! Y todos los días, no pasa ni uno, se acerca al río a esta misma hora y me dice que si me ayuda. Por eso la he dicho que estaba escribiendo, porque a Yasine no se lo puedo ocultar.
Bueno, será mejor que termine por hoy. La verdad es que al final no he escrito nada de lo de mis tripas. Y se me ha echado el tiempo encima. Mañana lo haré. Hoy la cura no ha ido tan mal. Lo que más que molesta es cuando la bolsa de plástico es blanca, porque todo se transparenta y ver mis tripas no me gusta nada. Además, cuando las lavo con el agua del río, mojadas, se ven aún más a través de la bolsa. Algunos niños de la aldea todavía me dicen que qué asco, y mira que lo saben desde hace años.
¡Anda, pero si mañana no podré escribir! O, al menos, no sé si podré. Mañana me levantaré igual que hoy, miraré el rayo de sol entrando por el ventanuco de casa, sonreiré y esperaré a que venga el hombre aquel con la furgoneta para llevarme a Monkole. Me han dicho que es un hospital chulísimo. Además, ir hasta Kinsasha es toda una aventura. A ver si todo sale bien. Me han dicho que sí, que no habrá problemas, y que ¡por fin! podrán cerrarme el saco de los intestinos para que no se me salgan más. ¡Adiós a las bolsas de plástico! ¡Por fin podré ser un niño normal! Lo peor es que ya no vendré tan a menudo al río a lavármelos (no sé porqué el médico ese me dijo que me los lavara, si el agua del río necesitaría agua para lavarse) y no tendré tanto tiempo para escribir. Bueno, ya se me ocurrirá algo.
¡Qué feliz soy, Dios mío! Qué suerte he tenido en nacer en el Congo. Y mañana, sano ya, lo tendré todo.

Coda: la historia de Eric está basada en un hecho real de un niño de la República Democrática del Congo que tuvo la desgracia de estar años con una enfermedad que le obligaba a llevar los intestinos por fuera de la pared abdominal, al aire libre, y que no pudo curarse antes porque no tenía dinero para pagar un hospital. Ahora, felizmente, ya está curado.

sábado, 7 de octubre de 2017

Una breve historia de la mentira catalana

Mi amigo Quico es un pozo de sabiduría. Tiene la historia entera encerrada entre las cuatro paredes de su cerebro y la cuenta con una sencillez y claridad que te embulle en el misterio cual la mejor novela policíaca. Ayer, sin ir más lejos, me estuvo hablando de la historia del pueblo catalán y, en concreto, del origen y la motivación que les lleva a querer ser independientes de vez en cuando. Cuando terminé de escucharle me vino a la cabeza la idea de escribir estas líneas, con la única intención de que los que las lean experimenten lo que yo ayer mientras atendía a Quico: tener una idea clara y simple del porqué real del independentismo catalán y poder saber qué se esconde tras la mentira que sus líderes nos cuentan reiteradamente. Conste, eso sí, que no habrá en estas líneas ánimo alguno de erudición, o precisión histórica respecto a fechas o datos, pues simplemente pretenden trasladar una conversación de amigos a una página en blanco, estando dirigidas, principalmente, a quienes no tienen ni idea de qué hay detrás de toda la reivindicación del catalanismo sedicioso.
Allá por el primer tercio del siglo XV, el reino de Aragón ve cómo crece el de Castilla gracias a su potencia militar y económica. En aquellos tiempos lo normal no era negociar, aliarse, establecer “puentes”... sino que cuando alguien quería algo de otro lanzaba sus tropas y lo asía. Esa, desde luego, era la intención de Aragón respecto de Castilla, pero era una intención vana pues el reino de Aragón no tenía recursos suficientes para iniciar y sostener ese camino. Es así que, en este contexto, el condado de Barcelona, junto con el resto de condados catalanes, integrados en la Corona de Aragón, se constituyen en una especie de organización o instrumento de financiación de su Corona, al objeto de procurarle recursos para guerrear contra Castilla. Este instrumento recibe el nombre de Generalitat.
Sin embargo, avanzando el siglo XV Aragón y Castilla se unen, no por la fuerza de las armas, sino por la fuerza del “amor” pues el Rey de Aragón, Fernando, y la de Castilla, Isabel, se casan. Anexionados los dos reinos, lógicamente, Aragón ya no precisa los recursos para la guerra que necesitaba antes y la Generalitat ve cómo va perdiendo poder e influencia, eso sí siempre dentro de la Corona de Aragón.
Dando un salto en el tiempo nos vamos a mediados del siglo XVII. Como quiera que estas líneas tienen la pretensión que tienen y que antes advertí no profundizaremos en este convulso siglo, aunque sí advertiremos que en estos años se estaba desarrollando en Europa la guerra de los treinta años, contexto bélico que trajo como deriva particular la famosa rebelión de los segadores catalanes (de ahí el himno independentista catalán El Segadors), rebelión no de Cataluña frente a España sino de catalanes frente a catalanes y de ciudadanos frente a los poderes que les exigían impuestos y tasas que consideraban brutales. Pero, repito, eso es otra historia y no profundizaremos en ella: baste este mero apunte.
El caso es que en estos años descritos del siglo XVII reina en España Felipe IV, al que sucede en el reino su hijo Carlos II que nace con claras taras físicas y mentales que le llevan a recibir el sobrenombre del Hechizado. Siendo su condición inadecuada para el gobierno ni para sostener un reino como el de España, cuando cumple la mayoría de edad en 1675 es “convencido” por unos y otros de que lo mejor que puede hacer es nombrar heredero a una persona que pueda garantizar lo que él no garantiza ni garantizará. Y el “elegido” fue Felipe de Anjou, quien a la muerte de Carlos II en 1700 reinaría en España como Felipe V. Es importante subrayar que Felipe V sería el primer rey Borbón en España.
Con el ánimo puesto en congraciarse con su nuevo pueblo es aconsejado por su “equipo” para que realice actos o concesiones que le acerquen a las gentes. En esa recomendación hay que entender porqué en esa época del tiempo Felipe V concede a Cataluña su primer estatuto, cuya comparación con el que tienen ahora no sólo es vana sino ridícula.
Sin embargo, Cataluña, genéticamente desleal, decide devolver la concesión con la traición a Felipe V poniéndose del lado del pretendiente de la Corona de España, el archiduque Carlos de Austria. Y es que ésta sí es la cuestión esencial que hay que tener muy presente: el conflicto entre los borbones y los austrias que se despliega por toda Europa y que tiene en España un foco importante. Es paradójico pero esencial conocer que Cataluña lo que defiende es el derecho del archiduque Carlos de Austria a ser rey de España, es decir, conocer que lo que Cataluña defiende no es su independencia sino a la Corona de España.
En ese contexto en el que Cataluña apoya al bando de los austrias frente a los borbones en esta guerra por la sucesión del trono de España, permite el paso de las tropas inglesas por su territorio, que vienen a apoyar al archiduque frente a los franceses borbones. Esta circunstancia provoca que los ingleses acaben asentándose en Cataluña, controlándola de facto.
Este contexto bélico en Europa y España concluye con la firma del Tratado de Utrech donde, entre otras cosas, el archiduque de Austria renuncia a sus pretensiones por el trono de España y se queda en Bruselas, y España entrega a los ingleses Gibraltar a cambio de que abandonen el control en Cataluña.
Es entonces, cuando los ingleses salen de Cataluña, cuando Felipe V manda a las tropas a dicha tierra para recuperar el control de la misma, sin olvidar que llega a tierra española pero de traición. Es el año 1714, el año que adoptan los independentistas para celebrar un acontecimiento que nada tiene que ver con dicha independencia. Los sucesos trágicos de Barcelona en ese año devienen de, repito, una toma del control de una tierra que durante los últimos años había traicionado al que ahora era el legítimo monarca español por haber apoyado al que había acabado por renunciar a esa pretensión.
Volvamos a dar un salto en el tiempo y lleguemos hasta 1931 y a la instauración de la Segunda República. Animado por dicho momento histórico el presidente de la Generalitat, Masiá, sale al balcón de la presidencia y declara la República Catalana. El presidente de la República española, Alcalá Zamora, le insta a deponer su actitud a cambio de concederles mayores competencias en su estatuto de autonomía. Masiá desiste de su actitud.
Tres años después, en 1934, la Generalitat quiere dictar la ley de contratos de cultivos que va contra la Constitución española. Como la República le insta a retirarla, Companys, ahora presidente de esa Generalitat, vuelve a declarar la República Catalana. El presidente de la española manda las tropas a Cataluña y arrestan a Companys.
Companys está en la cárcel hasta 1936 cuando, con la victoria en las elecciones del Frente Popular, sale libre por la amnistía proclamada. Sin embargo, poco después comienza la Guerra Civil en España y Companys huye a París, donde vivirá hasta que sea arrestado y deportado a España por “generosidad” de Hitler y ante la petición de Franco. Al llegar, es fusilado.
Hasta aquí el repaso histórico. ¿Cuándo ha sido Cataluña independiente de España? Nunca. Es más, sus pretensiones históricas siempre han buscado ayudar a los reyes de España, los legítimos o los que ellos consideraban legítimos. Y la declaración de independencia, cuando se ha utilizado, ha sido como instrumento o arma arrojadiza para conseguir prebendas, beneficios y privilegios, tal como ahora vuelve a suceder. Sólo hay una diferencia entre este momento y el pasado histórico: antes quienes gobernaban en España tenían claro que la solución pasaba por intervenir en Cataluña e, incluso, mandar allí los ejércitos y arrestar a los líderes catalanistas sediciosos. Ahora, sin embargo, en España gobierna Mariano Rajoy Brey, garantía plena de inoperancia e irresponsabilidad frente a sus obligaciones como máximo dirigente del gobierno español. Por esto Junqueras y Puigdemont danzan y cantan El Segadors con inusitado entusiasmo. Sea.

viernes, 6 de octubre de 2017

La LFP no echaría al Barça: se irían ellos solitos

Ha planteado hoy Javier Tebas, Presidente de la Liga de Fútbol Profesional de España, que tendría que estudiar jurídicamente qué ocurriría con los equipos catalanes si, finalmente, Cataluña proclama su independencia. Y es que, en efecto, jurídicamente tiene su interés. Trataré ahora de dar mi interpretación al respecto.
Es bien cierto que una de las claves del problema está en el Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y Registro de Asociaciones Deportivas y, específicamente, en su artículo 6.1 que dice: “Para la participación de sus miembros en actividades o competiciones deportivas oficiales de ámbito estatal o internacional, las Federaciones deportivas de ámbito autonómico deberán integrarse en las Federaciones deportivas españolas correspondientes.” La redacción del precepto es clara y no precisa mayor explicación que afirmar que cualquier club de fútbol (en el caso específico que aquí vamos a tratar) que esté integrado en una federación autonómica necesitará, para participar en competiciones oficiales españolas o internacionales, estar integrado en una federación autonómica que, a su vez, esté integrada en la federación deportiva española que corresponda, esto es, y en el caso que nos ocupa, en la Federación Española de Fútbol.
Repito que lo antedicho es una clave jurídica clara y evidente, lo que implica que la Federación Catalana de Fútbol deberá estar integrada en la Federación Española de Fútbol para que los clubes que están integrados en ella puedan participar en competiciones oficiales de fútbol. Y dicha integración implica, lógicamente, el acogimiento y sometimiento a la normativa española que regula la Federación Española de Fútbol.
Ahora bien, ¿qué sucedería si se proclama la independencia de Cataluña? Pues lo primero que hay que subrayar es que nos encontraríamos ante una dualidad, más que normativa, de legitimidad legislativa. Por un lado, nos encontraríamos con que, al no reconocer el estado español la independencia de Cataluña, España seguiría entendiendo que su normativa jurídica es de aplicación en Cataluña y, por tanto, vincula a quienes allí se encuentren. Por otro lado, Cataluña, que ha declarado su independencia, entendería, en consecuencia, que la normativa jurídica española no sería de aplicación en su territorio y, por tanto, que sus nuevos “nacionales”, personas físicas o jurídicas, no se verían compelidos ni obligados por la ley española.
Claro, ante esta situación, podríamos encontrarnos con que, por ejemplo, el Fútbol Club Barcelona pudiera servirse de la antedicha dualidad legislativa para impedir que el estado español le negara su condición de entidad deportiva sometida a la regulación deportiva española que, insistimos, desde España se entendería de aplicación en Cataluña; y, al mismo tiempo, que al nuevo estado “catalán” le jurara amor y lealtad eterna. De este modo, y como suele ser norma de conducta en el Barça, estaría al plato y a las tajadas, beneficiándose de ambas legitimidades legislativas en función de su interés. ¿Sería esto posible? Desde luego que, jurídicamente hablando, podría producirse esta situación.
En Derecho existe lo que llamamos “el enriquecimiento sin causa o ilegítimo” que, mutatis mutandi, podríamos aplicar a la realidad descrita en el párrafo anterior. Y es que el Barça -en el ejemplo que estamos utilizando- se beneficiaría de la legislación española sin causa porque, de facto, la legislación a la que estaría sometido y habría jurado fidelidad sería la catalana. Dicho enriquecimiento sin causa es sancionado en el ordenamiento jurídico español reconduciéndolo, desde la lógica, hacia la devolución, por parte del que se ha beneficiado ilegítimamente, del fruto del beneficio.
¿Cómo, por tanto, se podría solucionar esta situación? Preventivamente. Y la clave la ha dado el propio Javier Tebas al decir que, declarada la independencia catalana, citaría inmediatamente a la Federación Catalana de Fútbol. ¿Para qué? Para hacerles una pregunta muy sencilla: ¿a qué legislación le da legitimidad, a la española o a la catalana? Si la respuesta es que a la española, implicará renegar del proceso independentista catalán y, por tanto, que España les pueda seguir considerando sujeto pasivo sobre el que aplicar la legislación española. Si, por el contrario, respondiera que a la catalana, la legislación española no le sería de aplicación, y no porque España reconociera el proceso independentista catalán sino porque, sencillamente, la Federación Catalana de Fútbol no reconocería la legislación española. Y, así, al no reconocer la Federación Catalana de Fútbol la legislación deportiva de España, el Barça, de seguir integrado en dicha Federación, tomaría de facto la decisión de abandonar las competiciones oficiales en las que se integra por obra y gracia de que se lo permite la legislación española. Es por ello que se puede concluir que, en tal caso, sería el Barça quien decidiera abandonar la Liga y no la Liga la que obligara al Barça a marcharse.

viernes, 29 de septiembre de 2017

A Dios lo que es del César, y al César lo que es de Dios

Tuiteé ayer que, atendiendo la recomendación de un gran santo de la Iglesia católica, si no puedes hablar bien de alguien, cállate, y continúe diciendo que, en efecto, me callaría. Es por ello que, al menos en mi intención, estas líneas no se presentan como una crítica a nadie, si bien sí quieren defender el derecho a pensar que lo que algunos están haciendo y diciendo es un mal en sí mismo que, lo que es peor, puede traer males mucho mayores en muchas personas, esto es, en muchas almas.
Ayer leí que el obispo de Solsona ha dicho públicamente que el domingo próximo votará en el referendum ilegal que han convocado las ex-autoridades catalanas. Anteayer la Conferencia Episcopal emitió un comunicado conjunto y aprobado unánimemente en el que apostaba, al mismo tiempo, por el respeto a la legalidad y al derecho de los "pueblos de España". Hoy escucho en la radio que en una iglesia de, creo, un barrio bien de Barcelona, el altar está presidido por una estelada. Estos son hechos, no opiniones, y por tanto no pueden ofender a nadie.
Los cristianos y, en concreto, los católicos, llamamos a Cristo Rey porque lo es. Pero el mismo Jesús, a las puertas de la muerte, con golpes en el rostro, salivazos por doquier y el pueblo "fiel" en contra, le dijo a Pilatos que su Reino no era de este mundo, y que si fuera de este mundo le bastaría con mandar venir a legiones de ángeles que le salvarían de tamaña muerte infame. Es más, días antes, al entrar en Jerusalén aclamado por los mismos que ahora le deseaban la cruz, entró sentado en un burro y no en caballos o elefantes, vestido con su túnica y no con ropajes excelsos, y escoltado por pobres pescadores ignorantes y no por soldados egregios. Ya antes, en los años que se manifestó públicamente, tuvo que sortear las trampas que los publicanos y fariseos le tendían como aquélla en la que le dijeron si habían de pagarse los tributos al emperador de Roma o no. Todo el mundo conoce la sencilla y contundente respuesta de Jesús: "Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César." Y es que Cristo decepcionó, sobre todo, a aquellos que esperaban ver en él al "libertador", al mesías en minúscula que les salvara de la opresión del pueblo romano invasor y les hiciera libres, autónomos e independientes de cualquier poder terrenal que no fuera el emanado de sus costumbres ancestrales, nacidas en la fuente de Siquem.
Sin embargo, Jesús no era eso que muchos deseaban. Y no sólo no lo era sino que expresamente lo negaba. "¿Quién decís vosotros que Soy Yo?" le preguntó a sus apóstoles. "Tú eres el Hijo de Dios", saltó San Pedro, quien más allá de engarzar anzuelos y remedar redes, no era capaz de hilvanar dos ideas, siquiera, de mediana complejidad. "Esto te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos", le contestó Jesús, afirmando, de nuevo y solemnemente, que no buscaran en Él a ningún líder popular, sino que miraran a lo Alto y le buscaran en sus almas. Por no ser eso, un líder, un libertador, muchos en su tiempo le volvieron la espalda y clamaron ante el litóstroto aquello de "suelta a Barrabás".
Ahora Jesús no está. Bueno, no se me malinterprete: sí está, claro que está, no sólo en la soledad del sagrario de cualquier iglesia, sino en derredor de cualquiera de nosotros, dispuesto a cogernos de la mano y hacernos más liviana y fácil esta vida dura e ingrata que tantas veces tenemos que transitar. Pero, en todo caso, no está en carne palpable, donde meter la mano, cual Santo Tomás redivivo, en sus llagas lacerantes. En su lugar, y porque Él lo dispuso así, tenemos papas y obispos, sus representantes en la Tierra, otros Cristos andantes, "el dulce Cristo en la Tierra" cual llamaría Santa Catalina de Siena al Papa, fuera el que fuera. Y estos representantes de Jesús son, han de ser, han sido, serán, alter Christus, ipse Christus, y, por tanto, pastores que sólo busquen cómo orientar a su rebaño hacia el aprisco celestial, conscientes de que tampoco son líderes de masas, ni libertadores de pueblos oprimidos por poderes extraños. De hecho, no creo que sea inadecuado decir que si aquél que representa a Cristo se irrogara la condición de líder popular o libertador estaría ascendiendo las nudosas ramas del árbol de la ciencia del bien y del mal, en pro de la manzana del oprobio y la condenación.
Este Buen Pastor que es Jesús acoge a todos por igual, porque no ve en ellos distinción alguna ya que cuando mira a sus ovejas no ve la claridad y el color de sus ojos, sino que penetra hasta lo más recóndito de sus almas y lo que ve es lo que ve en todas: deseos, miseria, miedos, buenas intenciones, cobardía... Este Buen Pastor que es Jesús convirtió la vida de una buena mujer samaritana mientras hablaba con ella alrededor de un pozo de agua fresca, cuando un judío y una samaritana era un fresco imposible de pintar en aquella época. A Jesús eso le daba igual: era una oveja de su redil, sin apellidos, sin genealogía. Jesús no dividía porque entre las almas no existe división: todas están hechas del mismo material.
¿Hay algo de subjetivismo en los párrafos anteriores, vistos desde la perspectiva de lo que el Antiguo y Nuevo Testamento, y el catecismo de la Iglesia católica nos enseñan? Creo que se puede decir sin temor a errar que no existe subjetivismo alguno, sino que todo es ortodoxo y cierto. Pues bien, si ello es así, ¿es el obispo de Solsona alter Christus, ipse Christus? ¿Es la Conferencia Episcopal, con la nota emitida anteayer, un ejemplo de representación auténtica de Jesús, Rey de otro mundo eterno y majestuoso? Si tuviéramos que ponernos en la piel de un católico catalán no independentista, ¿cómo habría de secundar las indicaciones de su obispo, sobre todo si es el de Solsona, llamando a la comprensión, al respeto por los demás, si ve cómo su pastor hace ostentación de incumplir la norma básica de convivencia jurídica y legal, sin importarle enfrentar una parte de su rebaño con la otra? Más parece que el obispo de Solsona, y los demás que quieran emularle, lo que pretenden es ser "líderes populares", "libertadores" de su pueblo, oprimido durante siglos por el poder invasor de un estado español iracundo, analfabeto y brutal, que denigra y maltrata sin piedad. Más parece que quieren darle a Dios lo que es del César, y al César lo que es de Dios.
No se puede ser equidistante siempre y en todo lugar. Y la Iglesia menos que nadie. La diplomacia vaticana no puede siempre entenderse por el lado malo de la cobardía y el interés, porque no es eso, aunque tantas veces lo parezca. Hace treinta y nueve años un 87% del pueblo catalán votó "su" Constitución, esto es, "nuestra" Constitución, la española. ¡Un 87%! Y la votaron con la, se supone, firme resolución de respetarla y hacerla valer porque no era sino el instrumento supremo de convivencia entre personas, territorios, culturas, distintas y a la vez semejantes por nacer de un mismo origen ancestral, tan ancestral que convierte a España en la nación más antigua de occidente. Y en esa norma que votaron los catalanes hace ya tantos años se contempla el procedimiento para, si fuera el caso, reformarla, porque como norma dada por los hombres claro que puede ser corregida, mejorada, pero siempre desde el respeto a la misma norma que prevé como ser cambiada y a la aceptación mayoritaria de aquellos para quien ha sido creada, mayoría que, simplemente con el sentido común en la mano, no puede ser del cincuenta y uno por ciento, sino que ha de ser lo suficientemente sólida como para que pueda decirse que todo un pueblo acepta su modificación. Contravenir esto, prescindir de la norma aceptada, crear una legalidad ilegal paralela, es, además de un flagrante delito que ha de tener consecuencias penales, una forma de escupir por enésima vez al Cristo lacerante, Rey de otro mundo, diciéndole que, por no ser nuestro libertador, merece lo que le pasa, sobre todo si esa ilegalidad la comete quien ha entregado su vida, se supone, a unir al rebaño que Jesús confió y no a dividirlo.
No se puede servir a dos señores. No se puede estar con la legalidad y con la ilegalidad. No se puede defender un derecho inexistente de los pueblos de España y pretender que se respete el estado de Derecho. No se puede proteger a las ovejas que atienden mi silbo y despeñar o dejar fuera del aprisco a las que no entienden el silbo. Menos mal que Jesús sigue a nuestro alrededor, aunque no lo veamos, y no permitirá que su Iglesia caiga ni se deje arrastrar por aquellos que hubieran querido vestirse con ropajes excelsos, púrpuras, damascos, esmeraldas y, montados en caballos lipizanos, al son de trompetas y rodeados de ejércitos, entrar en Jerusalén para conquistar la salvación de un pueblo y no la Salvación de las gentes. Dios nos asista.

martes, 29 de agosto de 2017

¿Bestsellers versus literatura?

Acabo de terminar de leer "La Sustancia del Mal", libro del verano 2017 sin lugar a dudas, escrito por el italiano Luca D'Andrea. De ordinario soy un lector lento, quizá, incluso, demasiado lento. Pues bien, este libro lo he devorado en apenas diez días desde que lo compré. Esto ya debería decir algo bueno de él pues, si así ha sido, es que tendrá esa capacidad de hipnotizar al lector hasta el punto de que cada hueco libre del día se llene del olor de sus páginas, embriagadoras como la bebida más excitante.
Sin embargo, estas líneas no pretenden ser una crítica de "La Sustancia del Mal". Al menos no sólo eso. Desde luego que esta novela es una gran novela, inquietante, repleta de ritmo narrativo, construida con meticulosidad, plagada de personajes atractivos, con un argumento lineal que sostiene el sustrato de la historia pero que se entremezcla hábilmente con otros tantos que surgen y relacionan a los personajes hasta la conclusión final. Y todo, además, ambientado en las montañas que todos recordamos al rememorar a Heidi. Si acaso un "pero", desde mi punto de vista, no menor: el final. Por supuesto no adelantaré nada del mismo pero sí diré que un buen final no precisa, necesariamente, de un triple salto mortal; ya con un doble salto es suficiente y, si me apuras, con un simple salto mortal. Y es que el triple lo que provoca, a veces -y creo que éste es el caso-, son inconsistencias y que la verosimilitud se acerque demasiado al precipicio de lo absurdo.
Ahora bien, "La Sustancia del Mal", ¿es literatura? De esto se ha escrito tanto que casi me da vergüenza ahondar una vez más en la polémica. Así que, por lo menos, trataré de ser breve y no pontificar. Empezaré diciendo que para mí, no. Veamos si me salen los ejemplos. ¿Es un Golf como un Ferrari? ¿La tortilla de patatas se asemeja a una langosta? La casa de mis padres en Vallecas, ¿es como la de Julio Iglesias en Costa Rica? Son coches, comida y viviendas. Pero, ¿hablamos del mismo concepto de coche, comida y vivienda? Pues si los ejemplos me han salido bien, lo demás huelga. 
Que conste que este tipo de libros me encantan. Los devoro o ellos me devoran a mí. Los disfruto como, quizá, ningún otro tipo de libros. Pocas veces he disfrutado tanto como leyendo a Frederick Forsythe. Ha poco que leí "La verdad sobre el caso Harry Quebert", de Joël Dicker, y de pocos libros puedo destacar una estructura narrativa más original y potente, al servicio de una trama que se le acomoda como un guante a la mano, y que provoca que desde la primera hasta la última palabra escrita estés en tensión. Y, ¿la serie de Harry Potter? Fantástica, nunca mejor dicho. Y, ¿qué decir de Henning Mankell y Kurt Wallander? Imprescindible en la novela negra y policíaca. Sin olvidarnos -imposible- de "Canción de hielo y fuego" ("Juego de tronos"), ejemplo de coherencia narrativa, tensión y brillantez de escritura. Los que me conocen saben que siempre tengo un par de libros leyéndolos a la vez. Y uno siempre es una novela que me mantenga pegado a sus páginas por la tensión que me provoque.
Pero... ¿por qué necesito también compaginar ese regusto que me provocan este tipo de novelas, con la emoción, el deleite, la musicalidad que me ofrece, por ejemplo, "El Aleph" de Borges, "La fiesta del chivo" de Vargas Llosa, "El desierto de los tártaros" de Buzzati, "El general del ejército muerto" de Kadaré? Porque son distintas y me aportan cosas distintas. Y el qué es lo que, para mí, distingue lo que son buenas, buenísimas novelas, de buena o buenísima literatura. ¿Qué es ese qué? Ya lo he avanzado antes. Primero, la profundidad en los personajes. Quizá en las novelas que se venden como churros prima la trama y el personaje es un elemento más de la estructura que ha de encajar pero que no ha de despistar del argumento. Por eso los personajes tienden a ser más arquetípicos, de los que nos hemos encontrado en otras historias. Sin embargo, ¿cuántos personajes como D. Fermín de Pas nos hemos encontrado por ahí? De hecho, "La Regenta", Dª. Ana Ozores, y D. Fermín de Pas, han pasado a la historia literaria con mayúscula y ya son inconfundibles. Un buen personaje tiene alma, aristas, subidas, bajadas, miradas, silencios, carne, huesos, sangre, pasado, presente, futuro, pecados, ilusiones, esperanzas... vida. Sólo un buen pesonaje sostiene una novela, y si no que se lo pregunten a Miguel Delibes y a sus "Cinco horas con Mario". 
Segundo, la musicalidad. Esto es más difícil de explicar porque tiene que ver con el sonido y el sonido -ya lo sé, no soy idiota- se oye, se escucha, pero no se lee. Pues bien, la buena literatura yo afirmo que también se oye, se escucha. Una palabra, otra y otra, y una frase, y otra, y llega el punto, y otra frase, y un párrafo. Si todo eso suena en tu cabeza como una sinfonía mientras pronuncias los sonidos de cada letra, cada sílaba, cada palabra, cada frase, cada párrafo, es que has conseguido hacer música con las palabras. Véase: "La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos, o llegaban en olas transparentes contra las ventanas, cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de invierno." Cierra los ojos. Que alguien te relea el texto. ¿Lo escuchas? Sí, es la fuerza de la tormenta, el mecer de las olas en el mar. Pero es que en este caso estamos hablando de Pablo Neruda y "Confieso que he vivido". Es verdad que esta nota distintiva de la literatura es más difícil es los libros traducidos de otras lenguas; pero ello lo que ha de servir es para que cuando compremos un libro escrito en otra lengua distinta a la materna, nos vayamos preocupando por comprobar quién es el traductor y su mérito profesional. Si la traducción es buena, la música también se puede escuchar.
Y tercero (dejémoslos en tres; pero hay más), paciencia, pero paciencia para elegir la palabra más adecuada y no otra, para que el personaje avance y vaya sacando todo lo que tiene dentro, para que el ambiente se transforme en otro personaje más, para que la historia rectifique de rumbo porque este o aquél personaje ya no pide o exige o camina por la senda que el escritor había previsto de inicio. Paciencia, en definitiva, para que los personajes te dicten la trama. 
¿Libros que se venden como churros, creados para eso? Sí, siempre que estén bien trabajados, bien estructurados, sean cuidadosos con las palabras, pierdan un poco de tiempo en crear algún personaje sólido. Esos libros siempre y siempre los recomendaré. Ahora bien, eso nunca podrá sustituir la emoción, el deleite y la reflexión de la literatura. Yo hago que ambas satisfacciones caminen juntas y bien hermanadas. Probad. Es un gozo: el verdadero gozo.
   

domingo, 13 de agosto de 2017

Dunkerque

Voy a poner las cartas boca arriba nada más empezar y así la cosa será más fácil. Dunkerque no me ha gustado; o, por mejor decir, no me ha gustado lo que pensé que me iba a gustar. Sí, ya sé que decir esto ante una película que está siendo unánimemente alabada por los críticos puede ser sinónimo de ignorancia cinematográfica. Pero también puede ser síntoma de que la crítica está cada vez más ensimismada en su universo sapiencial y se ha olvidado por completo de que el cine está hecho para la gente en general que va al cine, fundamentalmente, para reírse o sentir emociones y no tanto para ver cómo maneja la cámara fulano, cómo dirige a esta actriz mengano o cómo impregna de colores la pantalla perengano.
Y es que, dicho lo dicho, ¿qué le falta a Dunkerque? Pues eso, emoción. Nunca una película tan corta (algo más de una hora y tres cuartos) se me hizo tan larga. Prueba de ello es que no le acabé de coger el sitio a la butaca del cine y no paré de removerme en ella. Y, ¿por qué? Porque lo que estaba pasando en la pantalla me estaba dejando frío. No tenía ningún agarradero al que asirme, ningún rostro humano en el que bucear, ningún objetivo en el que ocupar mi mente y, sobre todo, al que destinar mi voluntad. Dunkerque es y parece una película inglesa, y te la sirven en una exquisita tetera victoriana al tiempo que te piden, please, que tomes el tea con el dedo meñique alzado y con el cuello dos veces levantado por encima del tronco. 
Precisamente esta frialdad -curioso- es una de las cosas que ha alabado la crítica. Bueno, la crítica no ha dicho que sea fría; más al contrario, dicen que produce una emoción constante eso de estar en tensión esperando que la muerte llegue en cualquier momento y a cualquiera de los pobres soldados que la esperan, soldados sin rostro, masas militares enjauladas en las grandiosas playas donde los nazis les tienen apresados. Fantástico. Ahora resulta que la emoción la produce la tensión y el anonimato. Qué más da conocer el interior del ser humano concreto, sus miedos, sus pasiones, su historia, sus ilusiones... su nombre siquiera. Ahora lo que produce emociones es la masa esperando a ser asesinada. Pues no. A mí, al menos, no. 
Recuerdo -recordamos- a Cary Grant y Deborah Kerr en el barco de Tú y Yo. Sólo se les veía de cintura para abajo, convenientemente vestidos y enlazados en un beso mientras subían unas escaleras. No les vimos el rostro al unir sus labios, pero todos sentimos la profundidad y la emoción de un verdadero beso de amor... quizá el más emocionante beso de amor de la Historia del Cine. Pero es que antes los habíamos ido conociendo, oyendo, viendo cómo se miraban, cómo se escuchaban, sabiendo cuál había sido su pasado, a dónde iban. En definitiva, fuimos conociendo el interior de esas dos personas que mostraron todo su amor en un fundido y oculto beso de amor. Todo esto le falta a Dunkerque.
Ahora bien, tampoco quiero que se me malinterprete. Dunkerque no es un documental, aunque pudiera parecerlo. No. Es un grandioso ejercicio cinematográfico de primer orden, pero, desde mi punto de vista, sin alma. Y no tiene alma porque no tiene personajes. Sin más. Y el cine, el buen cine, son buenos personajes. Que alguien me diga una sola película grandiosa, de las que quedan en nuestra retina para siempre, que no tenga, al menos, una cara, un rostro, una historia personal que nos haya impactado. Pues en Dunkerque no hay nada de eso. Bueno, quizá el personaje del padre de familia huérfano de hijo muerto en la guerra, que hace suyos a todos los hijos de otros que recoge del mar. Es que ¡¡ni siquiera los soldados que esperan la muerte en cualquier momento muestran un ápice de terror en sus rostros!! ¡Ni gritan, ni lloran, ni se desesperan, ni se vuelven locos! ¿Es que no hubo un soldado en toda la puñetera playa de Dunkerque que hubiera que tranquilizar por un ataque de pánico? Nada. Los soldados esperan como fichas de un juego macabro y, lo que es peor, se les ve como fichas de un juego macabro a expensas del jugador que quiera destruirles. Frío, frío y más frío.
¿Virtudes? Muchas. Está rodada de forma admirable. Por supuesto que tiene efectos visuales, pero apenas se notan porque la físicidad prima. Vemos a barcos hundirse, aviones estrellarse, y todo como si fuera verdad. El sonido, tan admirado por muchos, para mí no es mejor que el de otras películas bélicas modernas. Si acaso es más petardístico, pero no mejor. La fotografía... pues eso, fría, nublada. ¡Ah! Y no hay sangre. Sí, sí, en una película de guerra, con cientos de muertos esparcidos por todas partes, con bombas cayendo por aquí y por allá, no se verá ni una gota de sangre, ni un rasguño, ni un arañazo. Nada. El rojo sobra. Más frialdad.
En definitiva, que Dunkerque, al menos para mí, ha pasado y ahí se quedará, en el pasado. No creo que sea una mala película, ni mucho menos. Repito que es un ejercicio cinematrográfico grandioso y extraordinariamente bien rodado. Pero es una carcasa demasiado brillante para un fondo tan plano. Pasarán meses y años, y no recordaré de Dunkerque a ninguno de los muchos soldados que murieron porque su creador decidió que las almas concretas, con nombres y apellidos que allí dejaron su vida por la patria, no interesan, que lo que interesa es la masa conceptual. God save the queen! Amén.

jueves, 25 de mayo de 2017

La Ley de la Segunda Oportunidad, ¿ofrece, en verdad, una segunda oportunidad?



Hace ya casi dos años que se aprobó la Ley 25/2015, de 28 de julio, de mecanismo de segunda oportunidad, reducción de la carga financiera y otras medidas de orden social, acogida popularmente como la “ley de la segunda oportunidad”. Su título, desde luego, expele un aire de confianza en el futuro, de esperanza, un remedio para los males presentes, una moneda al aire que, esta vez, ha caído en cara. Ahora bien, ¿es esta Ley, en realidad, todo eso? Aunque signifique transmutarme en gallego habrá que decir que puede que sí… puede que no.
¿Qué es, en síntesis, la “ley de la segunda oportunidad”? Pues si tuviéramos que compararlo con algún mecanismo jurídico existente quizá deberíamos decir que es la unión de la comunicación del artículo 5 bis de la Ley Concursal y el concurso voluntario de acreedores, pero para personas físicas y pequeños o medianos profesionales y autónomos, y por deudas que, en el peor de los casos, no superen los cinco millones de euros. De hecho, la Ley 25/2015 antes referida no es más que un conjunto de normas que modifican otras normas, en este caso, la Ley Concursal. Así, el mecanismo de “la segunda oportunidad” estaría compuesto por una primera fase de negociación con los acreedores en pro de alcanzar un acuerdo para el pago de los créditos, y por una segunda fase protagonizada, de no haberse alcanzado tal acuerdo, por el concurso de acreedores del deudor, fase en la que, desde mi punto de vista, sí se encuentra el verdadero matiz que hace interesante esta solución -al menos parcial- de los problemas derivados de la insolvencia. Más tarde lo veremos.
¿Es posible prescindir del intento previo de alcanzar un acuerdo con los acreedores y beneficiarse de alguna ventaja en el concurso con base en esta “ley de la segunda oportunidad”? Si lo que se quiere es alcanzar ese posible beneficio, no: el intento de alcanzar un acuerdo previo con los acreedores es imprescindible. Y es aquí donde conviene que centremos, de inicio, nuestra atención para subrayar algunos aspectos que hay que tener presente para acudir a este mecanismo, partiendo del hecho, obvio, de que la persona que lo pretenda ha de estar en un estado de insolvencia, presente o inmediato, esto es, una situación en la que no pueda atender regularmente sus obligaciones ordinarias:
a.      Hemos dicho antes que esta “segunda oportunidad” está prevista para personas físicas y pequeños o medianos profesionales o empresarios. Cierto. Pero también pueden acudir a ella aquellas sociedades, personas jurídicas, que, de concursar, dicho concurso no revestirá, previsiblemente, especial complejidad y que dispongan de activos suficientes “para satisfacer los gastos del acuerdo”.
b.      ¿Afectaría por igual el acuerdo que se alcanzase a todos los créditos y acreedores? No. Los acreedores que tengan bienes del deudor en garantía de sus créditos se verán afectados parcialmente conforme disponen los artículos 238 y 238 bis de la Ley Concursal. Pero los acreedores de derecho público (véase, Hacienda y Seguridad Social, de forma generalizada) no se verán afectados, en modo alguno, por el pretendido acuerdo. Ésta es ya una pequeña losa que cae sobre los hombros del deudor pues, en el caso de una persona física o de un pequeño o mediano profesional o empresario, la mayor parte de sus deudas devienen de los problemas con Hacienda, con la Seguridad Social y con los bancos.
c.      Tampoco afectará el acuerdo en las deudas que se tengan por prestaciones de alimentos a quienes los precisen por obligación legal o convencional.
d.       Iniciado el procedimiento se nombrará un mediador concursal que tratará de acercar posturas entre acreedores y deudor. ¿Problema? Sus honorarios. Y no porque sean altos o bajos, sino por la indefinición que la Ley incluye sobre su cuantía y sobre su cobro pues también pueden depender del éxito o fracaso de la mediación.
e.      A los honorarios anteriores hay que sumar los gastos ordinarios del proceso como, siendo muy prudentes, los correspondientes a todo tipo de comunicaciones, incluidas notariales, que han de realizarse.
f.       Iniciado el proceso, eso sí, no podrán instarse ejecuciones individuales frente al patrimonio del deudor y, las ya iniciadas, se suspenderán. Hay una excepción en lo que concierne a las ejecuciones de garantías reales sobre bienes que no sean necesarios para la actividad profesional del deudor o que afecten, obviamente, a su vivienda habitual.
g.      ¿Y los avales o garantías de terceros, se podrán ejecutar por los acreedores? Si el crédito no ha vencido, no; si el crédito ha vencido, sí.
h.      La solución que se alcance será similar a la que se pueda dar en un convenio concursal. Así, esperas que no superarán los diez años, quitas, conversiones de la deuda en capital o en préstamos participativos, y la cesión de bienes para pago o en pago, siempre que no supongan una liquidación total del patrimonio del deudor.
i.       No entraremos a analizar las mayorías previstas para la aprobación del acuerdo (y su régimen de extensión a los acreedores que no lo hubieran votado; lo dejaremos para otro artículo futuro), pero sí incidiremos en que, de no alcanzarse el mismo, el mediador concursal deberá instar el concurso voluntario de acreedores o, incluso, de no existir masa activa suficiente para atender los gastos ordinarios del mismo (los créditos contra la masa), deberá solicitar, al tiempo que el concurso, su archivo con base en el artículo 176 bis de la Ley Concursal.
j.       Aprobado el acuerdo, se cumplirá según sus términos.

Son éstas, siquiera, unas pequeñas pinceladas del armazón principal del proceso. Por supuesto que restan por comentar otros tantos matices que, en ocasiones, pueden ser trascendentes. Ahora bien, y como hemos visto, su proceso no dista mucho del que se acomete en el convenio en sede concursal o en el de los acuerdos de refinanciación ex artículo 71 bis de la Ley Concursal.

¿Dónde está, por tanto, la ventaja, la distinción de este proceso frente al standard del concurso de acreedores? Pues, quizá, en lo que incluye el artículo 178 bis de la Ley Concursal, en la redacción dada tras la “ley de la segunda oportunidad”. Ya su título nos previene: el beneficio de la exoneración del pasivo insatisfecho. Veamos, de nuevo, algunos datos de interés:

a.      Dice el artículo en cuestión que el “deudor persona natural” podrá beneficiarse de la exoneración del pasivo que no haya podido satisfacer, una vez el concurso de acreedores haya concluido, bien por la liquidación del activo, bien por insuficiencia de masa activa. En definitiva, porque ya no le queden más bienes con los que pagar. Se introduce un matiz: ¿podrá el profesional o autónomo obtener esta exoneración? En la medida que sea una persona natural, obviamente. Pero, ¿y si es una sociedad unipersonal profesional o una sociedad cuyo concurso no ha revestido especial complejidad? Antes vimos que, en estos casos, sí se podría acudir a la vía del acuerdo de pagos. ¿Será igual ahora? Desde mi punto de vista, no. Ya en el caso de una sociedad unipersonal profesional, pues con dicha forma jurídica se ha beneficiado de, entre otras cosas, la fiscalidad societaria; ya en el de una persona jurídica, por mucho que su concurso haya sido sencillo, porque es una persona jurídica y no física o natural. Parece que el precepto está pensando, sustancialmente, en cómo resolver el futuro de la persona física que lo ha perdido todo en el concurso, en orden a “darle una segunda oportunidad” y que empieza, no sé si desde cero, pero al menos sí con poca mochila.
b.      Antes dijimos que es aquí donde radica, si acaso, la verdadera “esperanza” del deudor que, tras todo el proceso previo (acuerdo de pagos y concurso), llega a este punto. Y es que el artículo 178 bis de la Ley Concursal que comentamos advierte que sólo podrá acudir a este beneficio de la exoneración del pasivo no satisfecho el deudor “de buena fe”. ¡Buena fe! ¿Qué es esto de la buena fe? Su definición, en román paladino, podría llevarnos demasiado lejos. En técnica jurídica, no tan lejos, pero también. Para evitar confusiones la Ley define qué es eso de la buena fe aplicado al deudor que quiere el beneficio antedicho:

·        Que el concurso de acreedores pasado no haya sido declarado culpable sino fortuito. Es decir, que el deudor no haya sido el causante de su insolvencia.
·        Que el deudor no haya sido condenado por sentencia firme por delitos contra el patrimonio, el orden socioeconómico, por falsedad documental, contra la Hacienda Pública o la Seguridad Social, o contra los trabajadores, al menos en los diez años anteriores.
·        Que haya celebrado el acuerdo extrajudicial de pagos. Y es que, como advertimos al comienzo, el proceso, para llegar a este punto, es total: primero el deudor ha de transitar el camino del acuerdo con sus acreedores de la mano del mediador concursal y después el del concurso de acreedores. Sólo tras atravesar ambos procesos podrá optar a que su pasivo no satisfecho se declare exonerado.
·        Que haya pagado todos los créditos contra la masa devengados durante el concurso, todos los créditos concursales privilegiados (se entiende que tanto los calificados con privilegio especial como con privilegio general) y, si no hubiera transitado el camino del acuerdo extrajudicial de pagos, al menos el 25% de los créditos concursales ordinarios. Es decir, que el deudor, persona natural, aún insolvente, debía tener suficiente caja, hucha, saco, o como se le quiera llamar, para atender un montón de pagos antes de optar a que el resto que deba se le perdone.

Ahora bien, precisamente en este último punto es donde sí se puede ver el beneficio de “la segunda oportunidad”. Y es que el deudor podrá optar al mismo, aun no atendiendo el pago de los créditos masa, los privilegiados y el 25% de los concursales ordinarios si no ha procurado un acuerdo previo con los acreedores, siempre que:

·        Acepte pagar los créditos ordinarios y subordinados que le resten por pagar tras el concurso dentro de los cinco años siguientes a la conclusión del mismo, aún sin intereses. A tal fin deberá presentar una propuesta de plan de pagos.
·        Haya colaborado en todo momento con el mediador concursal, en su caso, y con el administrador concursal y con el juez del concurso.
·        No haya obtenido este beneficio de la exoneración en los últimos diez años.
·        No haya rechazado en los últimos cuatro años un empleo adecuado a su capacidad. Véase que aquí estamos en un enorme cajón de sastre de imposible definición y tremendas aristas.
·        Acepte constar en la sección especial del Registro Público Concursal.

Y, ¿ya está? Quizá, porque los acreedores concursales podrán solicitar al juez del concurso la revocación del beneficio concedido si en los cinco años siguientes se descubriera que el deudor tenía  ingresos, bienes o derechos “ocultos” y no “aflorados” a la luz del proceso concursal que atravesó. Y sí, si esto no ocurre y el deudor cumple lo pactado, podrá pedir al juez del concurso que declare, de modo definitivo, la exoneración de su pasivo insatisfecho.

Como hemos visto se trata de un proceso que podríamos denominar de “concurso light” o “concurso adaptado” a la realidad de la persona física, sobre todo, que puede llegar a arrastrar deudas tremendas durante toda su vida que no le permitan avanzar ni salir del atolladero al que le han llevado; pero, eso sí, no dejando de ser un proceso largo, complejo y que parte del hecho de que todos los bienes del deudor, salvo los precisos para su supervivencia, quedarán en el camino antes de poder optar a que se le “perdone” la deuda que no consiga pagar.

¿Es el mejor camino, el único, para una persona física? Para muchos, quizá sí, porque no hay otro habida cuenta la mentalidad de una persona normal y corriente que no quiere ni pretende más que vivir tranquilamente. Quizá para otros existan otros caminos que lleguen al mismo puerto. Pero, como diría aquél, esa es ya otra historia.

miércoles, 1 de marzo de 2017

En el parchís cuando comes cuentas veinte

He de reconocer que la polémica suscita en mí unas emociones sólo comparables a las que deben bullirle al chon cuando ve la comida en medio de un lodazal donde retozará la digestión. Quizá la comparación no sea muy acertada, pero sin duda resulta eficaz. Y es que, considerando lo dicho, no podía pasar por alto la que se ha montado con un autobús naranja que circulaba por Madrid estos días atrás, fletado por la asociación Hazte Oír, y en cuyos latelares se podía leer: "Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo."
Vaya por delante que ni soy de la asociación Hazte Oír, ni sabía que existía hasta que ha explotado esta polémica, ni participo de muchos de sus planteamientos y formas, ni comparto con tanta -dese mi punto de vista- simpleza lo que proclama el autobús. Y matizo lo de con tanta simpleza porque no es fácil discrepar de que al niño le cuelga lo que le cuelga y la niña tiene lo que tiene, pero sí del hecho de que al niño o a la niña le bulla por dentro y entre sus sentimientos identidades dispares con su anatomía. No entraré en estas líneas a debatir sobre esta cuestión (para otra vez será), pero sí he de dejar asentado que a mí lo que me importan son las personas, cada una, siempre que sean honradas consigo mismas y no hagan de todo esto un show o una plataforma de reivindicación. Decía el Papa Francisco hace no tanto que quién era él para juzgar a un homosexual. Pues bien, ¿quiénes somos nosotros para juzgar lo que una persona puede sentir o cómo puede sentirse? Doctores tiene la Iglesia, desde luego, pero el drama interior de una persona que se ve distinta a lo que su cuerpo demuestra es cuestión seria a la que, independientemente de la opinión de cada uno, hay que llegar con respeto máximo.
Dicho lo dicho, lo que sí me parece mollar en la que se ha organizado, es el lío que me han montado con el parchís. Y es que, según deduzco de lo que está pasando, no podré volver a jugar al parchís. A mí me enseñaron que cuando comes una ficha cuentas veinte y que si metes ficha en la meta final cuentas diez. Pero esto, a partir de ahora, lo mismo no es así porque dependerá de con quién juegue o a quién le pida que haga de árbitro de la contienda parchisística que quiera afrontar.¿Por qué vamos a contar veinte al comer? ¿Y si contamos diez al comer y veinte al llegar? O mejor aún, ¿por qué no contamos diez al comer a partir de mitad de partida, cuando al que vaya perdiendo le interese? O mejor aún todavía, ¿por qué no cuento lo que me dé la gana cuando me dé la gana? ¡Qué lío! ¡Qué desgracia como alguien no lo arregle!
La democracia es (aquí viene lo bueno: cada uno se puede permitir el lujo de definir la democracia como le salga del bolo), sobre todo, reglas. Siendo más puristas, estado de derecho. ¿Por qué no puede haber democracia en, qué se yo, Yemen? Porque no hay estado de derecho. O, por mejor decir, porque el estado de derecho que hay es el que mejor le conviene al líder supremo en cada momento. Eso sí, la democracia son reglas asentadas de antemano y que no se van a alterar en mitad del partido en función de a quién le convenga. Esto hace que, lógicamente, si dos personas llevan a cabo actos iguales o muy similares, hayan de responder por ellos de forma igual o similar. Como parece evidente, tautológico, me niego a seguir añadiendo frases reiterativas que refuercen lo que se ve de forma clara y nítida.
Ante esta declaración de principios, reflejo de uno de los pilares de la institución democrática, veamos los hechos. Por un lado, véase el camión naranja en cuestión al que antes me he referido. Por otro lado, recordemos una campaña publicitaria que no hace tanto adornó numerosas marquesinas de autobús en el País Vasco y que decía: "Hay niñas con pene y niños con vulva." ¿Qué reflejan ambas situaciones, más allá del contenido? Una determinada idea: en un caso, asentada en principios tradicionales antropológicos; en otro caso, en una nueva concepción de la antropología humana desligada de lo biológico. En cualquier caso, ideas, ambas, respetables per se, aunque puedan ser contradichas, discutidas e, incluso, combatidas en buena lid. ¿En qué se diferencian ambas situaciones? En que el camión naranja ha sido detenido por las autoridades públicas y la campaña tildada de retrógrada y ofensiva a los sentimientos de la minoría transexual, mientras que la campaña de las marquesinas fue amparada y jaleada por todas las autoridades públicas y, salvo alguna reacción concreta con pintadas, absolutamente respetada por todos. ¿Es esto aplicar las reglas del juego, ante situaciones iguales o muy similares, de la misma forma? ¿Es esto democracia?
Pero demos un paso más allá. Comparemos ahora la campaña del camión naranja con la "performance" que estos días atrás ha llevado a cabo una determinada persona drag queen (no sé si transexual o no) en los carnavales canarios (de hecho ha sido coronada la reina o el rey de la fiesta), en la que, ataviado como su condición sexual debe exigir (¿?) se crucificaba cual Cristo redivivo después de que, como Beyoncé caduca, se echara unos bailes vestida/o de la Virgen de Triana o de la Macarena. Se acusa a los promotores de la campaña del niño con pene y la niña con vulva que ofende los sentimientos y la dignidad del colectivo transexual, llegando, incluso, a decir que puede ser constitutiva de delito. Y la "performance" del drag queen canario, jaleada por el colectivo transexual (quiero pensar que habrá muchos dentro del mismo que no lo hayan visto con buenos ojos; pero lo cierto es que no se han significado), ¿acaso no ofende el sentimiento religioso de muchos que nos sentimos cristianos y que, no ya respetamos y veneramos, sino que amamos a quien murió de verdad en la Cruz y a su Madre, y que nunca se nos ocurriría utilizarlos, siquiera pensando bien, como instrumento de reivindicación, menos aún como motivo de crítica, burla, escarnio, mofa, etc.? ¿Se han aplicado las mismas reglas a ambas situaciones? Desde luego que no, al menos hasta este momento en el que, además, el alcalde de la localidad canaria donde se celebró el evento le ha pedido tolerancia a la jerarquía eclesiástica y a la comunidad católica porque han osado pedir a las autoridades que condenen la representación.
Esto no es democracia. O todos moros, o todos cristianos. Las reglas del juego se aplican siempre para todos o nunca para nadie, pero no se aplican para unos y no para otros ante situaciones iguales o similares. Esto es madurocracia, castrocracia, pinochecracia o -estamos por verlo- trumpicracia.
Pero lo que más incinera mis vísceras es oír cómo los políticos presumen de saltarse la democracia a la torera condenando a unos y levantando el dedo de gracia para otros. Y los peores en estas lides no son, precisamente, los que son coherentes con sus ideas: ¿qué va a hacer el Ayuntamiento de Madrid de Carmena sino detener el autobús naranja y permitir que dentro de poco, en la fiesta del orgullo gay, salgan a la calle sujetos/as vestidos de obispos, curas, monjas, ligados todos ellos con falos enormes repletos de leche merengada? Los peores, los tibios que serán vomitados de todas las bocas que vomiten los peores jugos gástricos intestinales, son los que no creen en nada y pretenden contentar a todos para ganar unos pocos votos que, para más inri, nunca les llegarán para nada. ¡Ay Cristina Cifuentes, escandalizada por la campaña de Hazte Oír, que callas silbando a poniente ante el drag queen crucificado, ante el aborto provocado o ante la monja clavada al falo del obispo en la cabalgata arcoiris! ¡Ay Delegación del Gobierno pepera de Madrid que mandas tus esbirros a denunciar al promotor de la campaña del camión naranja mientras no mueves un músculo ante otros tantos atropellos a la dignidad de los cristianos!
Yo quiero seguir jugando al parchís sabiendo que cuando como cuento veinte. ¡Que no me quiten esto, por favor, es lo último que me queda! Y si para ello hay que acabar con tanto falsario/a politicastro/a, acabemos a urnazo limpio las veces que sean necesarias. Respeto por cada persona transexual honrada consigo misma y con los demás. Respeto por la libertad de defender las ideas de cada cual. Pero desprecio profundo, absoluto, radical e imperdonable a quienes se rasgan las vestiduras cuando se trata de remar a favor del viento y ponen piedras de molino en el cuello de quienes no significan nada para ellos, alterando las reglas del juego o aplicándolas como les sale del papo, alias chichi, alias vulva, alias pepote, alias...