domingo, 25 de diciembre de 2016

¿Por qué los ateos creen en Dios?


Mi amigo Enrique, arquitecto él, ha visto la luz que desprendía la escena más sencilla y grandiosa jamás vivida. Oscuridad alrededor de la fuente de la luz. Tranquilidad. Sosiego. Un rincón en Belén. Una mujer recostada contemplando a su niño recién nacido. Un hombretón sereno degustando sus dos tesoros. Noche. Frío. Un asno al fondo -¿tú?, ¿yo?- ve sin ver, oye sin escuchar. No rebuzna. Debe sentir que ahí pasa algo, y algo que no es el algo de cada día. Una estrella. Calor. Dirección. Sentido. Guía. Nadie. Todos. Un minuto. El primer minuto de una nueva era y nada lo distingue del minuto anterior de la era antigua. Un niño. ¡Un niño! ¿Un niño? Será broma. Un guerrero, quizá. Un mago. Un ser extraterrenal. Pero... ¡¿un niño?! Sigue la noche. Un viento apenas perceptible remueve los sentimientos. La madre del niño imagina qué será de mayor. El padre del niño se ocupa en pensar qué hará mañana, cómo ordenará el establo, de dónde sacará una cuna. La madre no piensa, sólo mira. Se le va la vida mirando. Su alma es vista. La de su hijo.
Madrid. París. Viena. Berlín. Nueva York. Feliz Navidad. El Corte Inglés. Navidad. Regalos. Navidad. Risas. Navidad. Fiestas. Navidad. Bebidas. Navidad. Cabalgatas. Navidad. Tiendas. Navidad. Amarse. Navidad. Árboles. Navidad. Luces. Navidad. Emociones. Navidad. Cenas. Navidad. Música. Navidad. Gente. Navidad. Soledad. Navidad. Ayuda. Navidad. Pagas. Navidad. Muerte. Navidad. Vida. Navidad.
Probad ahora a sustituir Navidad por Niño Dios. El Corte Inglés. Niño Dios. Regalos. Niño Dios. Risas. Niño Dios. Carmena. Niño Dios. Errejón. Niño Dios. Iglesias. Niño Dios. Mariano. Niño Dios. Soraya. Niño Dios. Ateos. Niño Dios.
No riáis, no bebáis, no celebréis, no compréis, no recibáis pagas extraordinarias, no encendáis luces, no disfrutéis de vacaciones, no escuchéis música, no salgáis a fiestas... Si sois ateos nada de lo que circunda vuestra existencia debe ser real; y si lo es, no participéis de esa realidad.
El ateo cree en Dios, porque vive la Navidad.
La Madre se recuesta medio dormida. El Niño ya duerme con una babilla que le cae por la comisura de los labios. El padre arropa a la Madre y besa a ambos. Apaga el farol que les da luz. Se acerca a la entrada del establo y mira las estrellas. Silencio. Inmensidad. La eternidad por delante. "Mañana tengo que fabricar una cuna. He visto que donde abreva el ganado podría servir."

Qué bien se pare en Europa!

Volvemos a recordar al Centro Hospitalario Monkole y, en esta ocasión, reproduciendo un artículo extraído, en parte, del Diario de Navarra, en el que podemos asistir a la odisea que supone dar a luz en el Congo. Una vez leído concluiremos, sin más, que es mucho mejor parir en Europa, dónde va a parar, y que si no puedes parir en Europa pues te... fastidias o te esfuerzas en crear estructuras como Monkole, fruto del esfuerzo y generosidad humanas, para que los menos favorecidos no mueran en algo tan elemental como parir, cosa que, tengo entendido, hacen los humanos desde hace mucho tiempo.
7 de cada 1.000 mujeres que dan a luz en el Congo mueren en el parto. Una cifra que en España baja al 0,05. El hospital Monkole de Kinshasa, la capital, lucha por reducir esos números.

La situación se repite cíclicamente. La parturienta está tumbada en el suelo de tierra y se retuerce de dolor. Y de miedo porque no sabe si todo saldrá bien o si vivirá para contarlo. La necesidad de una cesárea porque el niño viene de nalgas, una hemorragia intensa tras el parto con una anemia previa no diagnosticada o una infección por la mala higiene pueden matarla, a ella y al niño. Es la dura realidad que viven cada día miles de mujeres en el corazón de África y en otros países subdesarrollados. De hecho, siete de cada mil embarazadas que dan a luz en la República Democrática del Congo (RDC) mueren en el parto. Las mujeres congoleñas tienen su primer hijo a los 19 años y suman una media de cinco niños. En España la cifra baja a 1,5, una cifra que en España baja a 0,05 (y es 138 veces inferior). El Hospital Monkole de Kinshasa ha puesto en marcha un programa de atención al embarazo y el parto por 50 euros, el llamado ‘forfait mamá’.
Profesionales de este centro sanitario, se reunieron el 1 de diciembre con alumnos de Medicina de la Universidad de Navarra. En el encuentro, promovido por el jefe del área de salud de la mujer de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), Luis Chiva de Agustín, se expuso la realidad de diaria de este centro hospitalario. Intervino la directora del Servicio de Ginecología de Monkole, la ginecóloga congoleña Céline Tendobi. Y contó su experiencia como voluntaria en ese hospital la enfermera veterana de Neonatología del hospital Virgen del Camino de Pamplona, la pamplonesa Sagrario Santiago Aguinaga.
La realidad de la maternidad en el Congo, relató Céline Tendobi, es muy diferente a la de España. En el corazón de África las mujeres tienen su primer hijo a los 19 años (en España, a los 29) y suelen sumar una media de 5 vástagos (1,5 en nuestro país). Por lo tanto, en el Congo nacen muchos más niños: 34 por cada 1.000 habitantes (9, en España). Si se añade, continúa la explicación, que 7 de cada 10 personas viven en situación de “extrema pobreza” y casi la mitad (el 48%) no disponen de agua potable es fácil comprender que dar a luz no sea ningún juego. Y que, añade, los niños y madres que no mueren en el parto, los más fuertes, no tienen un futuro muy esperanzador. 3 de cada 10 pequeños morirán antes de los 5 años por la malaria, el SIDA, tuberculosis, cólera, fiebre amarilla... o una simple diarrea. La esperanza de vida de los adultos es de 56 años (82, en España).
Foto:
El Hospital Monkole (nombre de un árbol de la selva congoleña, de hoja perenne, madera dura y abundantes ramas que dan buena sombra) se fundó en 1989 (impulsado por el Beato Álvaro del Portillo) y quiere ofrecer ese cobijo a las mujeres y a sus bebés. “Si ellas no vienen porque piensan que es muy caro o quieren ocultar su embarazo, salimos a buscarlas”. Céline Tendobi viaja en un todoterreno y con un ecógrafo (con un generador) a los ambulatorios de la selva para hacer ecografías a las embarazadas a las que se les ofrece dar a luz en Monkole. Y a sus bebés, si nacen antes de tiempo o tienen problemas de salud, los ha atendido la enfermera pamplonesa Sagrario Santiago.
El ginecólogo Luis Chiva de Agustín planea viajar hasta Monkole el próximo verano con alumnos de 4º de Medicina y voluntarios del departamento de Ginecología de la CUN. Para ayudar a que las parturientas no teman por su vida en el suelo de tierra de sus casas.
Con el programa ‘Forfait mamá’ (que cuesta 50 euros e incluye ecografías durante el embarazo, atención en el parto, postparto e ingreso del bebé en neonatos, si es preciso), el centro hospitalario tiene pérdidas. El director adjunto de Monkole, el farmacéutico madrileño Álvaro Perlado González, explicaba la semana pasada en Pamplona que con el programa ‘Forfait mamá’ (que cuesta 50 euros e incluye ecografías durante el embarazo, atención en el parto, postparto e ingreso del bebé en neonatos, si es preciso), el centro hospitalario tiene pérdidas. El coste medio del programa por mujer atendida, añade, es de 500 euros. “Por lo que Monkole debe asumir 450”, explica este directivo que vive en Kinshasa con su mujer y sus dos hijos pequeños.
Así, se ha puesto en marcha el programa Ebale para conseguir fondos (a través de personas, empresas u organizaciones sin ánimo de lucro). Las personas interesadas pueden aportar entre 5 y 20 euros al mes (mediante la ONG de la Universidad de Navarra Onay o la Fundación Montblanc y la ONG Harambee). Así, se ha puesto en marcha el programa Ebale para conseguir fondos (a través de personas, empresas u organizaciones sin ánimo de lucro).
“Vivimos en un entorno privilegiado y necesitamos movilizar los corazones solidarios de la gente”, insiste el jefe del área de salud de la mujer de la CUN, Luis Chiva de Agustín, que promovió el encuentro entre profesionales del Congo y alumnos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. Más información en www.ebale.org
     Desde agosto de 2015, cuando se puso en marcha el programa forfait, han sido cerca de 500 las mujeres que se han beneficiado del programa. Lo que ha contribuido a reducir la tasa de mortalidad maternal, en un país en el que mueren 700 madres por cada 100.000 nacidos vivos (5 en el caso de España). Unos datos que ofreció recientemente en Pamplona esta ginecóloga en un encuentro con alumnos de Medicina de la Universidad de Navarra, organizado por el Área de salud de la mujer de la Clínica Universidad de Navarra.
Céline Tendobi explica que las mujeres congoleñas ocultan el embarazo en los primeros meses y no lo cuentan hasta que es evidente. “Hay mucha superstición y tienen miedo de la brujería”. Con las ecografías ambulantes, recalca la ginecóloga, se evitan muchos problemas. “En una de las ecografías vi que una mujer tenía dos bebés y uno venía de nalgas. Le programamos una cesárea en el hospital, la llevamos en ambulancia y nacieron sin problemas. Si hubiera dado a luz en casa, habrían muerto los tres”.

La higiene, recalca, en fundamental en el momento del parto. “La gente no tiene agua y las mujeres vienen muy sucias y pueden contraer infecciones”. Así, continúa, se las lava “por completo” todo el cuerpo y se les pone un camisón limpio. Además, con los análisis de sangre durante el embarazo, se pueden evitar muchas muertes en el parto. “A las mujeres que tienen anemia se les da hierro y se preparan bolsas de sangre en el hospital por si se necesita hacerles una transfusión tras dar a luz”. Otra circunstancia, insiste, en la que las mujeres morirían paren en su casa y sufren una hemorragia.
La pamplonesa Sagrario Santiago lleva 31 años entre las incubadoras de Virgen del Camino. Durante dos meses ha formado a las enfermeras de Neonatología del Hospital Monkole. Muchas ‘crías’ embarazadas que trabajan en el campo recogiendo mangos y se ponen de parto antes de tiempo. Y bebés prematuros y amarillos por la ictericia (una enfermedad del hígado) porque no se alimentan bien y no les da el sol en la cara (por miedo a la malaria). Son algunas de las escenas que ha presenciado la enfermera Sagrario Santiago Aguinaga en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo.
        “En el Congo lo normal es estar embarazada y seguir trabajando. Por eso, muchos partos se  adelantan”. Solo sobreviven, añade, algunos de los bebés prematuros que van al hospital. En Monkole, continúa el relato, hay dos habitaciones con 12 ‘puestos’ (incubadoras cerradas, cunas térmicas, cunas normales...) a los que atienden cuatro enfermeras y una pediatra. La mayoría de los prematuros, insiste, nacen entre las semanas 32 y 33 de embarazo (unos 8 meses). “Los que nacen antes no suelen salir adelante. Las muertes allí se asumen mejor”.

En el Hospital de Monkole nacen una media de tres bebés al día (21 a la semana, de los que mueren tres). “La vida y la muerte valen lo mismo. A veces nada. La esperanza de vida es de 56 años”, dice.
“La vida y la muerte valen lo mismo. A veces nada. La esperanza de vida es de 56 años”
Durante su estancia en Kinshasa, Sagrario Santiago se ha esforzado, sobre todo, porque “integren a la madre” en neonatos. “Les he insistido en que tienen que estar al pie de la incubadora haciendo el ‘método canguro’ (poner al bebé sobre su pecho en contacto piel con piel). Pero a algunas madres les da miedo y piensan que les pueden contagiar”. Una ocasión, recalca, que se podría utilizar para enseñar y mejorar sus condiciones de higiene. La figura del padre es casi inexistente en neonatos. “En dos meses, solo vi una vez a uno”. Santiago ha recogido sus vivencias en el Congo en el blog chnarra.es/experiencias.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ayuda a Monkole jugando al golf

Éste será el cuarto año que RODRIGO ABOGADOS, uno de los Despachos más veteranos y con más prestigio de Guadalajara, organice un torneo de golf en estas próximas fechas navideñas, y lo haga con una clara determinación de que sirva de ayuda a obras sociales. De entre las muchas que merecen la pena ser ayudadas será ésta la segunda vez que el torneo se solidarice con la obra que se hace en Monkole.
Al hilo de este hecho, creo que resulta interesante plantear una cuestión que, ya lo aventuro, tendrá opiniones encontradas. ¿Ha de imponerse la solidaridad o se ha de respetar la libertad de cada persona y confiar en su generosidad? Planteada la pregunta de esta forma tan abrupta parece que la respuesta es clara: la libertad por encima de la imposición. Ahora bien, ¿siempre hemos de concluir de esa manera?
Como casi todo en la vida las cuestiones de pensamiento amplio se entienden mejor cuando las trasladamos a algo concreto. Y, aprovechando el torneo de golf del que hablamos, lo ejemplificaremos a partir de este acontecimiento. Veamos. Como se ve en el cartel que acompaña a este comentario, las personas que deseen jugar este torneo habrán de pagar 130 euros. ¡130 euros! ¡Y por jugar al golf! Yo, como podéis comprobar los que comencéis a seguir este blog, juego al golf y he de decir que me apasiona. Pero, aún con todo, comprendo que 130 euros es mucho dinero aunque sea para pasar cinco horas persiguiendo a una bola por un campo de hierba, comer con los amigos y participar en un gracioso sorteo de fin de fiesta. En todo caso, serán 130 euros para un acto lúdico, de entretenimiento, deportivo si se quiere (algún día hablaremos si el golf es un deporte o un juego), en el que se puede participar o no por pura decisión propia. Pues bien, en este contexto, ¿sería un acto atentatorio contra la libertad del ser humano añadir 5 euros más para destinarlos a una obra social y, explicándolo así, exigir su pago a quien quiera participar del resto?
Quizá podamos pensar que la cosa no es para tanto porque quien paga 130 euros por jugar al golf seguro que estará dispuesto a pagar 5 euros más por ayudar, como en el caso de Monkole, a que un negrito de ensortijados cabellos pueda operarse del pie zambo que le trae a mal traer y que le hace la vida aún más difícil de lo que ya de por sí se le presenta. Pero, aun siendo eso probablemente cierto, ¿se respeta a esa persona si se le exige pagar ese extra para destinarlo a un acto bueno si él, libremente, no lo ha decidido?
Por otro lado, cuando estudiaba filosofía me enseñaron que el ejercicio de la verdadera libertad es el de la voluntad del hombre que tiende hacia el bien y no hacia el mal. Es decir, que un hombre no es libre cuando, teniendo la opción de robar o no robar, roba, pues ese acto, más allá de convertirle en un hombre que vence sobre su instinto que le inclina hacia su lado más oscuro, le aliena y le somete. Quizá la semblanza filosófica sea demasiado exagerada en el campo en el que estamos debatiendo, pero ha de servir para subrayar el hecho de que quizá uno no siempre es libre, aún cuando haga lo que le dé la gana hacer. Si lo trasladamos a nuestro pequeño debate, ¿se es libre no queriendo aportar 5 euros para ayudar en una obra social tan noble como la que, seguimos con el ejemplo, se hace en Monkole? O dicho de otro modo, ¿es de verdad respeto a la libertad individual no establecer un pago obligatorio de un dinero extra al que ya se paga por pasar un día estupendo de golf? De hecho, a todos los trabajadores de este país nos requisan mensualmente (esta vez utilizaré el verbo requisar; en otras ocasiones quizá me incline por otra que también empieza por erre) una parte importante del dinero que legítimamente ganamos con nuestro esfuerzo, el cuál tantas veces se destina a "obras sociales" que, de serlo, ni conocemos, ni tenemos porqué aceptar que se sufraguen con nuestro patrimonio. Y, sin embargo, no nos rebelamos por ello e, incluso, llegamos a defender que, siendo que Hacienda somos todos, todos debemos esforzarnos por ayudar a los demás.
El debate está planteado. Mi opinión -en este blog habitualmente no se tendrá miedo a darla- es que, sin ambages, sí es legítimo obligar al ser humano, generoso unas veces, egoísta otras muchas, a, en determinados eventos y circunstancias, apoyar el esfuerzo generoso de los demás con lo que, para bien o para mal, se mueve el mundo: dinero. Me gustaría, no obstante, que inundarais estas páginas con vuestras opiniones. Quizá no sea un estudio muy científico, pero al hilo de lo que se hace en Monkole nos habrá de servir para conocer si, realmente, la gente normal conoce de sus debilidades o si está segura de sus virtudes.

martes, 13 de diciembre de 2016

Las aportaciones de socios como integrantes del patrimonio neto de la sociedad

No sólo no es infrecuente sino que, más al contrario, es habitual que las sociedades mercantiles pequeñas o medianas no atiendan de forma escrupulosa la normativa societaria. De hecho, es práctica ordinaria de este tipo de mercantiles (que conforman, además, una gran parte del tejido empresarial de nuestro país) que ni siquiera los socios se reúnan habitualmente en junta general cuando tienen que aprobar las cuentas anuales, bastando con que los administradores ejerzan la responsabilidad que su cargo entraña confiando en profesionales de la gestión económica o contable, remitiendo directamente los depósitos de cuentas al Registro Mercantil y, a lo más, certificando la existencia de una junta general que no llegó a celebrarse. Y todo eso, lógicamente, basado en la confianza entre los socios y en la existencia de lo que, en definitiva, sostiene a la sociedad cual es la denominada affectio societatis, que podríamos traducir como la voluntad de todos los integrantes del capital social de seguir empeñados en contribuir con su esfuerzo a continuar con el negocio social desde la buena fe y la honestidad en las relaciones intra societatem.
Ahora bien, esta forma de actuar normal en la inmensa mayoría de pequeñas y medianas sociedades lleva consigo que, una vez la antedicha affectio societatis se rompe y los socios comienzan a disentir en los objetivos, o a desconfiar de las actuaciones de unos y otros, nos encontremos con dificultades probatorias a la hora de poder acreditar que, en efecto, determinados acuerdos se adoptaron con plena legalidad, es decir, con una coincidencia unánime de todos los socios. Es éste el momento, por ejemplo en que se echa en falta tener un libro de actas actualizado, con las firmas de todos los asistentes a las juntas generales celebradas; las convocatorias de tales juntas fehacientemente enviadas a todos los socios; las decisiones del órgano de administración asentadas en criterios objetivos y no en meras liberalidades producto de una confianza "excesiva" en que serán refrendadas por la junta general.
Y es éste el momento en que la sociedad comprueba que entre estar en causa legal de disolución y no estarlo puede bastar no haber adoptado en la forma legal y ordinaria oportuna, mediante junta general correctamente traspuesta en su acta preceptiva, un acuerdo de aportaciones de socios para compensar pérdidas o a fondo perdido que ahora, en el momento de las disensiones, uno de los socios reclama como pasivo exigible.
Sobre esta cuestión se ha pronunciado en fecha reciente el Tribunal Supremo en su Sentencia número 696/2016, de 24 de noviembre, dictada dentro del recurso número 871/2014. A este respecto, y reproduciendo lo que se recoge en el Real Decreto 1514/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprobó el Plan General de Contabilidad, dentro del Grupo 1, cuenta 118, bajo la rúbrica «Aportaciones de socios o propietarios», el Tribunal Supremo recuerda lo que ha de entenderse por dichas aportaciones: «Elementos patrimoniales entregados por los socios o propietarios de la empresa cuando actúen como tales, en virtud de operaciones no descritas en otras cuentas. Es decir, siempre que no constituyan contraprestación por la entrega de bienes o la prestación de servicios realizados por la empresa, ni tengan la naturaleza de pasivo. En particular, incluye las cantidades entregadas por los socios o propietarios para compensación de pérdidas». Como se comprueba, las aportaciones de socios serán todas aquellas que no supongan una contraprestación por algún trabajo realizado para la compañía o una compra de existencias o inmovilizado, y que no tengan "la naturaleza de pasivo", es decir, que no se contabilice como una deuda de la sociedad a favor de quien realiza la aportación y que éste, como acreedor, podrá exigir al tiempo de su vencimiento.
A partir de esta distinción, el Tribunal Supremo recuerda que para comprobar la situación de una sociedad y si se encuentra o no en causa legal de disolución, se habrá de atender a su patrimonio neto y, a tal fin, comprobar si existen o no aportaciones de socios que lo integren: "4. De acuerdo con esta normativa, para poder determinar si una sociedad se encuentra sujeta a la causa de disolución prevista antes en el art. 104.1.e) LSRL y en la actualidad en el art. 363.1.c) LSC, hemos de atender a su patrimonio neto, y en concreto a si es inferior a la mitad del capital social. A estos efectos, tanto los préstamos participativos de los socios, siempre que cumplan con las exigencias legales, como las aportaciones de los socios se incluirán en el patrimonio neto. Pero conviene puntualizar que estas aportaciones de los socios son aportaciones a fondo perdido o, de forma más específica, para compensación de pérdidas, sin que los socios tengan un derecho de crédito para su devolución. Como se desprende del reseñado art. 36.1.c) CCom , es preciso que no formen parte del pasivo.
De otro modo, se trataría de préstamos de los socios, que tendrían derecho a ser restituidos, razón por la cual, salvo que tengan la consideración de préstamos participativos, forman parte del pasivo exigible. Al respecto, resulta irrelevante que el préstamo fuera a corto o a largo plazo, pues mientras tenga esta consideración de préstamo, supone que la sociedad está obligada a su devolución, y por ello es pasivo exigible."
Ahora bien, ¿de quién es la carga de probar que, en efecto, tales aportaciones de socios lo han sido a fondo perdido o para compensar pérdidas, o, por el contrario, son pasivos exigibles por los socios? El Tribunal Supremo también lo señala: "Corresponde a la sociedad acreditar que las aportaciones de los socios lo fueron al patrimonio neto, esto es para compensar pérdidas o, en general, a fondo perdido, ya sea desde el principio, ya sea por voluntad posterior de los aportantes." Según establece el Tribunal Supremo es la sociedad la que habrá de probar el tipo de aportaciones realizadas por los socios y, por tanto, si las mismas pueden integrar el patrimonio neto o no. Pero, ¿cómo? Desde luego el Tribunal Supremo no advierte la forma en que la sociedad haya de probar tal cuestión, lo que nos lleva a poder afirmar que se admitirá cualquier prueba admitida en Derecho que cumpla con las determinaciones de nuestro ordenamiento jurídico. Frecuentemente se ha entendido, a tal efecto, que la forma de probar si una aportación lo era a fondo perdido o para compensar pérdicas estaba en aportar el acta de la junta general donde se hubiera aprobado la aportación con la finalidad descrita. Y, desde luego, que ésa ha de ser una prueba irrefutable, cuando, obviamente, en el acta aparecen las firmas de todos los socios. Sin embargo, ¿es la única forma de probarlo?
Desde mi punto de vista, en modo alguno. De hecho, y si recuperamos lo analizado al comienzo de este texto, lo normal es que en la gran mayoría de sociedades pequeñas o medianas, por la confianza con la que actúan, no exista ni siquiera junta general formalmente convocada que haya adoptado un acuerdo de aportación de socios para compensar pérdidas, menos aún, lógicamente, acta que lo acredite. Y, aún con todo, el acuerdo se habrá adoptado de facto y habrá podido dejar rastro que podrá servir para probar su existencia. ¿Qué rastros? Veamos algunos:
- La forma de contabilizar la aportación, bien en el patrimonio neto, bien entre los acreedores de la compañía.
- Los actos propios de los socios, es decir, si desde que se han aprobado las cuentas que recogían las aportaciones, al menos, han ejercido algún tipo de acción extrajudicial (fehaciente) o judicial impugnando la finalidad de las mismas o, por el contrario, se han avenido dejando pasar el período de prescripción de tales acciones judicials que estaban en su mano.
- La no existencia de servicio prestado por el socio o bien adquirido de la sociedad que dificulten la alegación del socio que reclama la devolución del préstamo por entender que es un pasivo exigible.
Todas estas podrán ser pruebas eficaces que sirvan para que la sociedad acredite la finalidad de las aportaciones de socios realizadas y justificar que, integrando el patrimonio neto de la compañía, evitan la entrada en causa legal de disolución de la misma. Bien es cierto que es el Tribunal Supremo quien nos marca quién tiene la carga de la prueba (como veíamos, la sociedad); pero no es menos cierto que quien alegara una pretensión, esto es, el socio que exigiera la devolución del préstamo por considerarlo un crédito a su favor, sobre él también podría recaer la carga probatoria ínsita en el artículo 217 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, carga probatoria que le obligaría, desde mi punto de vista, no a probar el hecho negativo de que su aportación no lo fue para compensar pérdidas, sino el positivo de que el pasivo que exige fue el resultado de un préstamo convenientemente instrumentalizado, de un servicio prestado o de un bien adquirido.
En definitiva, y subrayando la conveniencia de que cualquier sociedad, sea cual sea su tamaño, y sea cual sea el ambiente de confianza y buena fe que envuelve a sus socios, ha de atender a sus obligaciones societarias mínimas, en el caso que nos muestra el Tribunal Supremo en la Sentencia que se ha comentado podrán ser varios los mecanismos probatorios que puedan utilizarse, sin que el mero hecho de la no existencia de acta que acredite la celebración de una junta general en la que se hayan aprobado aportaciones a fondo perdido o para compensar pérdidas sea determinante para convertir las mismas en pasivos exigibles.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Qué gran hombre Luis Enrique I

Hoy se ha celebrado el sorteo de la Champions y a mi modo de ver sólo ha servido para confirmar que Luis Enrique I, entrenador del Barça, es un gran hombre. Dijo hace unos pocos días, casi literalmente, que observáramos los posibles rivales del Barça, nos fijáramos en el segundo más fuerte y sabríamos el equipo al que se enfrentarían. ¡Y dicho y hecho! Considerando que el más fuerte convendremos que es el Bayern, el segundo era claramente el PSG. ¡Jo, qué tío! Esto sí que es un hombre de los de la antigua alianza, cual Jeremías, Ezequías, Melquisedec, profetas del devenir futuro, transmisores de la palabra del Altísimo. Nada de rappeles, aramisesfusteres, octaviosacebes, ni sandrosreyes. Joel, Elías, Amós, Abdías, Jonas, Habacuc, Sofonías, Zacarías...
Pero, por encima de todos, Job, aquel santo varón que se quedó sin bienes y en la miseria, para después ver plagado su cuerpo de llagas y, aún así, perseverar en su amor al Dios de sus padres pese a proclamar: "Clamo a ti y no me respondes, permanezco ante ti y no me miras. Te has vuelto cruel conmigo, me persigues con la fuerza de tus manos. Me levantas a lomos del viento, me haces estremecer en la tormenta." Y es que la sonrisa de Luis Enrique I después de proclamar su profecía dice mucho de su fuste de hombre acostumbrado a soportar pesares sin cuento, a aceptar la voluntad de esos dictadorzuelos de la UEFA amachambrados a la grúa de ACS y decididos a calentar las bolas que hagan falta y dejar fría la única que señalará al Barça.
Después de esta señal del cielo -que para mí lo ha sido- estoy por hacerme culé, separatista y mediterráneo. Ése es el líder al que querría seguir, un William Wallace de nuestro tiempo que sacará las lanzas para conquistar París y, lleno de sudor y sangre, presentar la ofrenda en el salón de celebridades donde se resuelva el enigma del próximo sorteo, mientras espere un nuevo Goliath al que derrotar.
¡Viva Luis Enrique I! ¡Abajo el opresor blanco infame! ¡Viva el Barça manque pierda! ¡Todos juntos a París, y luego a Múnich, y luego a Turín, y luego a... Madrid, a conquistar la urbe que nos sojuzga y nos impide ser libres! Y es que... ¡no hay nada como ver la luz y ser discípulo del profeta, de nuestro nuevo profeta! Esperemos, pues, al mesías. A otro, claro. Uno nuevo, se entiende. Y Luis Enrique I... su profeta.

El exterminio de los administradores concursales

Acaba de dictar el Tribunal Supremo la Sentencia 629/2016, de 25 de octubre, dentro del recurso 676/2014, con la intención de resolver las dudas que existían, por resoluciones contradictorias y variadas de las audiencias provinciales, sobre cuándo es el momento del vencimiento de los honorarios de la administración concursal en un procedimiento de tal tipo. De hecho, el Tribunal Supremo cierto es que ya había resuelto antes en la misma línea en las Sentencias 391/2016 y 392/2016, ambas de 8 de junio, al examinar, en genérico, el criterio del momento en que han de ser abonados los créditos contra la masa enunciado en el artículo 84.3 de la Ley Concursal, y que no es otro que el de su vencimiento, y no así el de su devengo.
Ya aplicado dicho criterio al momento en que los administradores concursales pueden cobrar sus honorarios, el Tribunal Supremo, recogiendo lo pregonado en el artículo 34.3 de la Ley Concursal, reafirma que será el juez del concurso el que, mediante auto, fije la cuantía de la retribución de dichos administradores concursales y el momento en que han de cobrarla. Y añade, asentando doctrina: 
"3.- En consecuencia, en ningún caso cabe considerar que la fecha de vencimiento del crédito contra la masa correspondiente a la retribución de la administración concursal sea la de aceptación del cargo, sino que será la de prestación efectiva de los servicios y con los hitos temporales de vencimiento previstos en el mencionado Real Decreto. Es decir, respecto de la primera mitad de los honorarios correspondientes a la fase común, será el quinto día siguiente a la fecha de firmeza del auto de su fijación; y respecto de la segunda mitad, el quinto día siguiente a la firmeza del auto que ponga fin a la fase común (o resolución de significación equivalente, para el caso de que no procediera dictar el mencionado auto). Y en cuanto a las fases de convenio y liquidación, por meses vencidos, el quinto día posterior a cada mensualidad. Salvo que el juez, por causa justificada y razonada, altere dichas fechas en relación a concretos servicios ya prestados. Nunca respecto de los servicios que estén pendientes de prestación."
He querido remarcar dos frases que contiene la Sentencia del TS que, salvo que vivamos en un mundo de fantasía donde todo es posible, en el de asfalto que pisamos suponen una clara contradicción. Así, dice el TS que el momento de vencimiento de la primera mitad de los honorarios de la administración concursal por la fase común del concurso será el de "prestación efectiva de los servicios", contando desde el "quinto día siguiente a la fecha de la firmeza del auto de su fijación." Repito que si viviéramos en Mayalandia, en Disneyworld o mismamente en Marte, esto sería posible pues el administrador concursal empezaría a trabajar al mismo tiempo que el juez del concurso le fija en auto sus honorarios y todos tan contentos. Sin embargo, aquí, en la Tierra, esto no es posible. O más que no sea posible, es que no es verdad, no es real. Un administrador concursal, por Ley, tiene la obligación de que, una vez que acepta, remitir a todos los acreedores, con la mayor celeridad posible, una comunicación que incluye sus créditos a fin de que confirme su veracidad o los corrija. Para ello, obviamente, antes ha debido estudiar la documentación que el concursado ha aportado, así como poner a trabajar a su equipo para preparar tanto las comunicaciones referidas como el informe que tendrá que aportar al juzgado. ¿Quiere decirme el TS si esto que hace el administrador concursal no es trabajo efectivo o, en su terminología, "prestación efectiva de los servicios"? Ahora bien, mientras que el administrador concursal se afana en estos trabajos, y aun suponiendo que, miserable de él, avaro, haya presentado, tan en breve plazo como ha mandado las comunicaciones a los acreedores, un escrito solicitando la fijación provisional de sus honorarios, el juez del concurso no dictará el auto que, en efecto, los fije sino hasta... cuando pueda, o cuando le toque el turno: en definitiva, hasta semanas después. 
Siendo ésta la realidad, ¿cuándo fijamos el vencimiento del pago de los honorarios de la administración concursal, siguiendo el criterio del TS? ¿Cuando comienza a prestar sus servicios o cuando el juez del concurso fija en auto sus honorarios? De hecho, lo normal es que el administrador concursal comience a prestar sus servicios desde que acepta el cargo, toda vez que, además, desde esa fecha comienza a exigirse su responsabilidad. ¿Es que acaso el TS entiende que el tiempo que "gasta" todo administrador concursal en otra cosa que no sea contar su dinero, no es trabajo efectivo? Desconozco si para un magistrado del TS el tiempo es dinero, pero para un profesional de la abogacía, o de la economía, el tiempo es mucho dinero.
Y es que, ante este panorama, y otros que se contienen en la Ley Concursal, la figura del administrador concursal comienza a ser, bien la del chivo expiatorio, bien la del tonto útil. En realidad es ya un animal en peligro de extinción. ¿Es que no hay un elemento de la administración de Justicia que entienda que el profesional que trabaja como administrador concursal es eso, un profesional, y que lo hace, no por amor al arte sino por dinero? ¿Es eso un pecado? ¿Y no hay nadie de la misma administración de Justicia que se dé cuenta de que ese profesional lo que hace es sacarle las castañas del fuego, tantas veces, a los jueces concursales haciendo el trabajo que, si no, tendrían que hacer ellos? A veces debemos creer que los administradores concursales son empresas especializadas con un sinfin de recursos, humanos y tecnológicos, cargadas de ávidos chupasangres que hacen de la ruina su victoria. Sin embargo, esto, por mi experiencia, no es así en la inmensa mayoría de los casos donde asistimos a la realidad de pequeños o medianos profesionales de la abogacía o de la economía que invierten tiempo, esfuerzo y riesgo en un trabajo que no saben siquiera si van a cobrar; riesgo que ahora, tras las últimas reformas de la Ley Concursal, se acrecienta pues ya lo de no cobrar comienza a ser lo de menos si consideramos que para calcular el porcentaje del pasivo que cubrirá la garantía en un crédito privilegiado hay que encargar tasaciones que ha de pagar de su bolsillo el administrador concursal.
Si tanto les molesta a los jueces la figura del administrador concursal que rueguen al legislador para que la elimine. O si dicha figura ha de ser menesterosa y estar dispuesta a dar de lo suyo al deudor concursal necesitado, que lo digan antes de que, pobres incautos, vayamos a quemar nuestras naves en un océano de ruina. Pues esta situación, además, lo que hace es que al profesional que quiere trabajar con rigor se le quiten las ganas de hacerlo y convierta, lo que debería ser una labor de ayuda al juez del concurso y de clarificación y defensa de los intereses de los acreedores, en una faena de aliño.
PD.: situación real, tantas veces repetida. Concurso de casi nula liquidez en la que la administración concursal interesa un acción de rescisión y reintegración contra un banco de máxima solidez, por haber disminuido su pérdida con el deudor concursal en una dación en pago antes del concurso mediante la exigencia de venta y abono de sendos fondos y depósitos que tenía el luego concursado. Sentencia: desestimación de la demanda CON COSTAS para la administración concursal... con cargo a la masa. Es decir, que vas a reclamar lo que, a todas luces, parece, cuanto menos, legítimo, y no sólo no te dan la razón sino que la escasa liquidez aún se ve disminuida en lo poco que estaba dotada. ¿No se te van a quitar las ganas, así, de seguir colaborando con la administración de Justicia?

Monkole, un reducto de esperanza en el Congo

En la República Democrática del Congo existe un hospital llamado Centro Hospitalario Monkole donde cada día se obran milagros. Son milagros de bisturí, medicina al uso, manos expertas y nada de desaliento ante las dificultades.

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Hagamos un ejercicio. Cerremos los ojos, imaginariamente. Veamos a lo lejos una silueta aproximándose a nosotros. Parece una persona. Aún no podemos definir si es hombre o mujer, joven o anciano. Su figura se va haciendo más nítida. Sí, es una mujer. Y lleva algo entre las manos. ¿Ropa? No, ropa no es. ¿Un saco? Sí, parece un saco... o no, no es un saco. ¡Es un niño! O una niña, vaya. Está corriendo hacia nosotros. Grita. No sabemos lo que dice. Sigue gritando. Su tensión nos urge a salir corriendo hacia ella. Ya estamos muy cerca, apenas cincuenta metros. Treinta. Veinte. Diez. Está llorando, sufre, no la entendemos pero nos pide con los ojos que salvemos a su hijo. Es niño. No está consciente. Le recogemos en nuestros brazos y miramos alrededor. ¡Estamos solos! ¡¡En un desierto!! No hay nadie. Ahora gritamos los dos. "¡Este niño se muere!" "¡Dios, por favor, porqué! Es sólo un niño" No podemos hacer nada. Apenas cinco años y yace en nuestros brazos, muerto. Su madre se derrumba a nuestro lado, llorando y susurrando palabras que no entendemos. Allí quedamos, los tres, los dos.
Ahora... ¡¡¡abramos los ojos y descubramos que el niño... ERA BLANCO!!!
¿Cómo digeriríamos que, en vez de negro, fuera blanco el niño que reposa en nuestros brazos? ¿De la misma forma? Quizá sí. O quizá no. Al fin y al cabo un niño negro, en África, en un desierto... lo normal es que muera. Sin embargo, un niño blanco, aunque esté en África, lo normal es que pertenezca a alguna familia que tenga, cuanto menos, un seguro médico más o menos viable. Además, y aunque para gusto los colores, un niño blanco, rubito o moreno, panochito, da igual, es más majo, más guapo, que un niño negro, todo negro, con el pelo sin matices, nariz grande, morros grandes, ojos grandes. No hay colores en un niño negro. El blanco puede tener los ojos azules, verdes... ¿El negro? Pues negros.

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¡Qué pena que pensemos así! Y menos mal que no todos lo hacemos. Desde luego en Monkole, no. Allí los colores no existen. El negro predomina, claro, pero el blanco también combina. De hecho, es frecuente ver el color negro en la cama, tiznado de rojo sangre, con el blanco de la doctora que, amarilla de pelo, limpia y sutura la herida del pie con la que ha venido andando treinta kilómetros. Casi lo pierde. Eso es Monkole: un arcoiris de esperanza.
Seguiremos hablando de Monkole. Mientras, aquí tenéis dos enlaces para que abráis boca.

Amigos de Monkole
Centro Hospitalario Monkole


sábado, 10 de diciembre de 2016

Caviedes llora por su iglesia


Démosle a la iglesia de Caviedes el protagonismo que se le niega a diario por no ser el centro del pueblo, ya que esta villa de apenas una docena de casas tiene su eje inclinado hacia Cofiño, restaurante de manos toscas y puchero, que atrae almas de todas partes deseosas de impregnarse de cuerpo. Y es que no es para menos. Cuando entramos se nos parece una casa de cuento, techos bajos, piedra en pared, albarcas a la venta y muestrario de los productos de la tierra que, a modo de sillar, dan asiento perenne al negocio. Luego, ya sentados, vemos pasar los puños de la cocinera hechos albóndigas, dos por ración que valen por doce, de sabor a carne fresca y con la textura de la mantequilla; o la piscina a la que nos asomamos con un fondo esmerilado de berza limpia y judía fina para ensamblar un cocido montañés de quitar el hipo; o la asadurilla recia, del magro verdadero, que pica lo justo para endulzar un sueño de hambruna. Y todo bañado con un selecto almacén de vides embotelladas que, desde lo blanco a lo negro, te permiten masticar los aromas más exclusivos, imposibles de suponer encerrados en este bello rincón cántabro. Salimos habiendo reposado una tarta de queso ligada con orujo blanco de Potes, y deseando volver a ver de cerca el campanario de la iglesia que nos advertirá que llegamos a Cofiño.

Historia que tú hiciste...

EL MADRID NO ES UN EQUIPO DE FÚTBOL

Ya sabemos aquello que decía no sé quién de que el fútbol es un deporte en el que once hombres juegan frente a otros once y siempre gana Alemania. Al ritmo que vamos habrá que empezar a cambiar el refranito con la variante de que el fútbol es un deporte... y siempre gana el Real Madrid.
Es verdad que el Madrid no juega un pimiento. Lo que no es tan claro es lo que cada uno entiende por pimiento. En realidad el pimiento al que ha jugado el Madrid desde siempre ha sido el italiano, largo, verde, bueno para freír, que con un poco de sal y una pizca de pimienta está de rechupete. El juego del Madrid siempre ha sido directo como largo es el pimiento italiano; rápido, vivaz, ahorrativo, donde tres pases son un derroche si se puede llegar al área en dos. El Madrid es Santillana metiendo al portero, con pelota y todo, dentro de la portería. El Madrid es Gento parándose a mirar atrás cuando se daba cuenta de que las gradas con gente habían desaparecido y estaba llegando al río. El Madrid es Benito y su filosofía cuántica definida como balón o tío, pero nunca balón y tío.
Siendo así el pimiento al que juega el Madrid no es de extrañar que Caballo Loco vuele sobre el nido del cuco y suene la última campanada que abre la jaula del animalito. Qué va a ser suerte! Suerte es que cuando ya no tienes nada que hacer porque estás más tieso que la mojama llegue Obrebo (o como coño se escriba) y le invente a la Masía un par de penalties de los que ni con efectos digitales salen en el FIFA 17. Eso sí que es suerte... o como se llame en el argot jimymontanesco.
Y es que, en realidad, el Madrid no es un equipo de fútbol. Es más bien una necesidad social que oxigena los pulmones cada vez más vacíos por la sangre que Montoro nos succiona. No necesita el Madrid de estrategias, pizarritas magnéticas ni variaciones tácticas. Lo que precisa es lo que ahora tiene, un tipo calvo en la banda al que el traje le queda como a nadie, que ha sido cocinero, vendimiador y carnicero antes que fraile, y que se limita a hacer lo que tiene que hacer: liberar a Caballo Loco cuando la luna llena se posa sobre el Bernabéu y dejar que actúe.

Espejo


La era del móvil condiciona cada paso que damos y nos clona. Larga vida al móvil!

Hacksaw Ridge, de Mel Gibson

HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE (Hacksaw Ridge)

¿Es éste un mundo de Pedros o de Judas? Para muchos, de Judas; y no por la traición, sino por la coherencia. Judas, para muchos, un tipo coherente: vendió a Cristo y se suicidó, incapaz de creer que podría ser perdonado. ¿Pedro? ¿Un tipo que reniega del mismo Cristo y que luego va y sostiene sobre sus hombros la Iglesia? Raro, raro. Y es que quien está impregnado de la impudicia del pecado, no puede dar trigo. Quien peca, a pecar, que es lo suyo.
Mel Gibson. Católico ultraortodoxo (¿?), padre de familia supernumerosa... borracho, xenófobo, maltratador, violento. ¿Me va a plantear a mí este tío algo que me haga pensar, que me remueva por dentro, que me enfrente al espejo y me haga ver mi conciencia? O resultará una ñoñada para algunos, carente de verdad por venir de quien viene, o supondrá una búsqueda de una redención personal del fulano imperiosamente necesitado de perdón por las maldades que va sembrando por ahí.
A partir de estas bases ya se sabe que cualquier crítica que se haga de su última película estará impregnada de prejuicios. ¿Y yo? ¿Puedo evadirme de esa niebla que nos cubre a todos? No, claro que no, por supuesto que no. Yo también estoy condicionado para hablar de “Hasta el último hombre”, y lo haré desde mi condición de pecador irredento deseoso de serlo un poco menos cada día, que se da cuenta de lo que le falta y lo que le sobra, que se hunde y se alza, que se alegra y llora, que se desespera y espera. Porque sólo puede hablar del cielo quien conoce el infierno.
“Hasta el último hombre” es, por encima de todo, una gran película. La categoría de obra maestra depende de matices y gustos. ¿Para mí? Con una obra maestra en su haber (“La Pasión”), en cinco películas como director, creo que la media está más que aprobada. Ésta es una grandísima película que, sobre todo, te reconcilia con el cine. Porque el cine es varias cosas y, para mí, la que menos, arte. También lo es. Pero por encima de ello creo que es un medio de comunicación, un sistema de transmisión de sensaciones, emociones, y un espectáculo que, además, debe dar dinero, al menos el que ha costado hacerlo, que no es poco. Y todo eso, en grado sumo, lo tiene “Hacksaw Ridge”, su título original y que, por su distanciamiento y sencillez, me parece mucho más acertado que la meliflua traslación al castellano: “Hacksaw Ridge” es, casi literalmente, “la cresta de Hacksaw”, o “el acantilado de Hacksaw”, un lugar de Japón que, en la película, se convierte en altar propiciatorio.
Sí, es verdad, “Hasta el último hombre” es una película con mensaje. ¿Cuál? Eso ya depende del cráneo que la procese. Cierto que es un grito desgarrador sobre lo absurdo de la guerra. Cierto que tiene algo de apología religiosa. Cierto que tiene un componente patriótico redundante. Pero para mí lo que subyace y predomina es un canto a la individualidad, entendida no como muro de aislamiento y trono de egoísmo, sino como loa a la afirmación de la propia conciencia y, lo que es más importante, a que la forma de actuar se asocie indisolublemente a esa conciencia. Uno es lo que es. Uno es su propia formación. Y uno es lo que sufre por ser lo que es, venciendo, cayendo derrotado y volviendo a vencer, hasta poder mirarse a sí mismo y sonreír.
El argumento se explica fácilmente. Desmond Doss es un chico de la América agrícola y profunda, bien formado en una familia –sobre todo una madre- de profundas convicciones religiosas en las que La Biblia es más que un posapapeles milenario, que tiene una convicción honda de servir a su país en la guerra contra los japoneses y otra aún más profunda de servir a los demás salvándoles la vida y no quitándosela. Desde este posicionamiento se niega a tocar –siquiera a tocar- un arma, y afrontar, por ello, cuantas contradicciones surjan al paso, pero siempre desde la firme decisión de ir al frente de batalla “con los mismos riesgos que los demás, pero sin un arma con que defenderse”. Diciendo esto no se deshace la madeja, pero sirve para construir la base sobre la que avanzar en la estructura de la película. Es, desde luego, muy parecida a la que muestra Cimino en “El Cazador”. Dos partes bien diferenciadas. Una primera expositiva de cómo es el personaje, el hábitat en el que se mueve y las penas que sus convicciones le producen. Otra parte explosiva, descarnada, descriptiva, realista, que muestra la guerra sin un ápice de añoranza, sino como un mercado lotero en el que salir vivo o quedar muerto depende de centímetros, suerte, providencia o, simplemente, casualidad.
¿Gana la segunda parte a la primera? No. Entonces, ¿al revés? Tampoco. Cada parte es necesaria. Para muchos la primera será aniñada, simplista, ya vista... Para mí es necesaria, sincera y sencilla. Es preciso subrayar que la buena literatura, pese a quien pese, ha de anclarse en algo tan sorprendente como que el verbo va después del sujeto y antes del predicado. ¡Hale, qué falta de originalidad! Cierto, tan poco original como Miguel Delibes, por ejemplo. El buen cine tiene que anclarse en la historia que se quiere contar y en contarla bien, con claridad, sin confusiones. Y en eso Mel Gibson es un maestro de los de toda la vida que, apoyando la punta de la regla en la pizarra, reclamaba tu atención en el dos, en el signo más, en el otro dos, en el igual y en el cuatro. Destacaría, por encima de todo, siendo algo que se extiende por todo el metraje, los diálogos. Nada estridentes, ni autocomplacientes, ni filosóficos, sino directos, prácticos, precisos y repletos de frases breves, profundas de contenido. Desde luego que quien haya visto la primera parte de “La chaqueta metálica” esta primera de “Hacksaw Ridge” le parecerá falsa y simploide. Quizá la diferencia la vean en que cada cinco palabras no se concluye en un “fuck you”, o que “el hijo de puta”, o “la zorra de tu madre”, o “el cómeme la polla”, ha quedado fuera del cuartel en el que se forma como militar el protagonista. Desde luego que si un buen militar es el que se toca el nardo y se huele la mano, la peli de Gibson es más de boy scouts. Para mí, no obstante, lo del nardo queda mejor para la cadera.
Cuando ya tenemos al personaje deshojado, lo dejamos caer en el suelo para que lo pisotee la gente, y llegamos a “la cresta de Hacksaw” para, literalmente, tratar de salir del paso con vida. Vi esta Semana Santa algo que siempre desearé no haber visto. Tras revisitar “La Pasión”, fascinado una vez más, me adentré en un documental sobre el making off, y comprobé los trucos para no descarnar la espalda de Jim Caviezel al tiempo que todos veíamos descarnar la de Cristo. Y es que, obviamente, todo en el cine es efecto, óptico o visual. Ahora bien, cuando el efecto parece desaparecer ante nuestros ojos como por arte de magia, sin vislumbrar apenas la era digital y comprobar, casi al tacto, que una explosión es una explosión, o que un disparo es un disparo, uno parece asistir a la más tenebrosa de las realidades: la guerra. Pocas veces hemos asistido, quizá ninguna, y pocas asistiremos, a un caminar dantesco tan crudo. Esto que se ve en “Hasta el último hombre” es la verdad y la verdad nos dice que la guerra es muerte, en el mejor de los casos. Hoy yo, desde luego, he estado un rato en la guerra.
Pero todo esto que se encuentra en la película tiene la virtud de estar perfectamente engranado dentro de un grandioso espectáculo cinematográfico que convierte las dos horas y veinte en un tiempo escaso que desearías alargar como un chicle infinito. Espectáculo al que contribuye una banda sonora tensa y épica por momentos que remarca las emociones y se oscurece cuando hay que sangrar en silencio; una conjunción de primeros planos que nos sirve para ver que, además, la película es también una película de actores, entre los que destacaré a Hugo Weaving (el supermalo replicante de “Mátrix”), padre del protagonista, que en apenas veinte minutos de apariciones puntuales demuestra cómo un movimiento tembloroso de labios puede removerte por dentro, o una mirada derrotada puede contarte la historia de una vida (y también hay que reconocer el excepcional trabajo de Andrew Garfield, que de “Spiderman” reloaded ha pasado a ser todo un actorazo merecedor, cuando menos, de pisar el Olimpo de los óscares como nominado... junto a su padre en la ficción); o un guión que, desde la sencillez que favorece la narración, no deja de preguntarnos qué coño hacemos con nuestras vidas cuando permitimos que los respetos humanos no nos dejan ser como somos o como quisiéramos ser porque sabemos que queremos ser así.
En definitiva, Mel Gibson vuelve a hacer cine, con mayúsculas, comprometido con la capacidad del hombre en mirarse hacia adentro y descubrir qué habita por ahí. Y, además, desde la libertad. Porque Gibson, contrariamente a lo que la gente cree de él, como buen individualista y creyente, es un profundo defensor de la libertad, entendiendo por ello quien, siendo como es, se alegra del otro que es como ese otro desea ser. No estamos ante una película antibélica. De ser así, el protagonista no habría ido a la guerra porque no querría matar y no querría ver matar. No. Aquí Desmond Doss no quiere matar, pero entiende que haya que matar. No quiere disparar, pero sabe que hay que hacerlo. Sabe lo que es la guerra y no cree que podrá hacerla desaparecer de la faz de la tierra. Ahora bien, sí podemos definirla como una película pacifista, en la que el protagonista quiere, al menos, poner su granito de arena. Qué sin sentido la guerra mostrado en el plano del soldado americano que cae al tiempo que, a su lado, cabeza frente a cabeza, cae otro soldado... japonés.
¿Tiene ahora respuesta la cuestión del comienzo? Yo creo que sí, que el más borracho, violento, xenófobo, puede, como Pedro, querer abandonar sus vicios y defectos, aún sabiendo que volverá a caer en ellos, y confiando en que, como el protagonista, pueda acudir a Dios a pedirle “que le ayude a salvar a uno más”, cuando ese “uno más” sea uno mismo. Postrémonos, pues, de nuevo para, además de disfrutar, aprovechar, cual momento de profunda reflexión y oración, caminar los pasos de quien, al final de la cinta, se aparece vivo y real, Desmond Doss, reforzando, más si cabe, la verdad de cuanto hemos visto y sentido.