Hagamos un ejercicio. Cerremos los ojos, imaginariamente. Veamos a lo lejos una silueta aproximándose a nosotros. Parece una persona. Aún no podemos definir si es hombre o mujer, joven o anciano. Su figura se va haciendo más nítida. Sí, es una mujer. Y lleva algo entre las manos. ¿Ropa? No, ropa no es. ¿Un saco? Sí, parece un saco... o no, no es un saco. ¡Es un niño! O una niña, vaya. Está corriendo hacia nosotros. Grita. No sabemos lo que dice. Sigue gritando. Su tensión nos urge a salir corriendo hacia ella. Ya estamos muy cerca, apenas cincuenta metros. Treinta. Veinte. Diez. Está llorando, sufre, no la entendemos pero nos pide con los ojos que salvemos a su hijo. Es niño. No está consciente. Le recogemos en nuestros brazos y miramos alrededor. ¡Estamos solos! ¡¡En un desierto!! No hay nadie. Ahora gritamos los dos. "¡Este niño se muere!" "¡Dios, por favor, porqué! Es sólo un niño" No podemos hacer nada. Apenas cinco años y yace en nuestros brazos, muerto. Su madre se derrumba a nuestro lado, llorando y susurrando palabras que no entendemos. Allí quedamos, los tres, los dos.
Ahora... ¡¡¡abramos los ojos y descubramos que el niño... ERA BLANCO!!!
¿Cómo digeriríamos que, en vez de negro, fuera blanco el niño que reposa en nuestros brazos? ¿De la misma forma? Quizá sí. O quizá no. Al fin y al cabo un niño negro, en África, en un desierto... lo normal es que muera. Sin embargo, un niño blanco, aunque esté en África, lo normal es que pertenezca a alguna familia que tenga, cuanto menos, un seguro médico más o menos viable. Además, y aunque para gusto los colores, un niño blanco, rubito o moreno, panochito, da igual, es más majo, más guapo, que un niño negro, todo negro, con el pelo sin matices, nariz grande, morros grandes, ojos grandes. No hay colores en un niño negro. El blanco puede tener los ojos azules, verdes... ¿El negro? Pues negros.
¡Qué pena que pensemos así! Y menos mal que no todos lo hacemos. Desde luego en Monkole, no. Allí los colores no existen. El negro predomina, claro, pero el blanco también combina. De hecho, es frecuente ver el color negro en la cama, tiznado de rojo sangre, con el blanco de la doctora que, amarilla de pelo, limpia y sutura la herida del pie con la que ha venido andando treinta kilómetros. Casi lo pierde. Eso es Monkole: un arcoiris de esperanza.
Seguiremos hablando de Monkole. Mientras, aquí tenéis dos enlaces para que abráis boca.
Amigos de Monkole
Centro Hospitalario Monkole
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