Reflexiones, propias y ajenas, sobre el mundo que nos engloba, siempre desde una mente jurídica
sábado, 10 de diciembre de 2016
Caviedes llora por su iglesia
Démosle a la iglesia de Caviedes el protagonismo que se le niega a diario por no ser el centro del pueblo, ya que esta villa de apenas una docena de casas tiene su eje inclinado hacia Cofiño, restaurante de manos toscas y puchero, que atrae almas de todas partes deseosas de impregnarse de cuerpo. Y es que no es para menos. Cuando entramos se nos parece una casa de cuento, techos bajos, piedra en pared, albarcas a la venta y muestrario de los productos de la tierra que, a modo de sillar, dan asiento perenne al negocio. Luego, ya sentados, vemos pasar los puños de la cocinera hechos albóndigas, dos por ración que valen por doce, de sabor a carne fresca y con la textura de la mantequilla; o la piscina a la que nos asomamos con un fondo esmerilado de berza limpia y judía fina para ensamblar un cocido montañés de quitar el hipo; o la asadurilla recia, del magro verdadero, que pica lo justo para endulzar un sueño de hambruna. Y todo bañado con un selecto almacén de vides embotelladas que, desde lo blanco a lo negro, te permiten masticar los aromas más exclusivos, imposibles de suponer encerrados en este bello rincón cántabro. Salimos habiendo reposado una tarta de queso ligada con orujo blanco de Potes, y deseando volver a ver de cerca el campanario de la iglesia que nos advertirá que llegamos a Cofiño.
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